lunes, 31 de agosto de 2009

William Ospina, tatuado por el Descubrimiento


Un ensayista es alguien que teniendo un discurso florido lo sistematiza y le da coherencia; pero en esencia lo que se mantiene es su discurso florido. Ese es el caso, sin dudas, de William Ospina (Colombia, 1954).
Cuando en la versión del 2009, del Premio Internacional Rómulo Gallegos de Venezuela, supe que lo había ganado Ospina, no me causó extrañez, sino recordatorio. Recordatorio de que todo lo que se construye con trabajo y dedicación será reconocido. Y es que desde finales de los ochenta hemos venido escuchando de Ospina. Primero como ensayista académico, preocupado por la historia y la crónica; luego como poeta, o casi al mismo tiempo que ensayista, y ya en su madurez intelectual como novelista.
El Ospina que conozco (no personalmente, sino a través de su obra), es un hombre preocupado por descubrir esas líneas difusas que dejan en la historia de los pueblos hombres que ya sea por su gallardía o por su crueldad, influyeron en la cotidianidad de despojo y maltrato a una de las culturas más ricas de la civilización humana, la cultura mesoamericana (término aplicado al centro y el sur de México y zonas adyacentes de América Central).
Así aparece el interés de Ospina por Juan de Castellanos, uno de los exploradores más jóvenes que vino en el proceso de conquista; y de Pedro de Ursúa, otro aventurero que entendió el nuevo mundo como un espacio fértil para expandir la cultura europea.
Para ser un lector contemporáneo de Ospina es necesario concentrarse en dos lecturas principales: “¿Dónde está la franja amarilla?”, opúsculo de 1997 (la editorial Norma tiene una edición de 1999 del texto) en el cual el autor muestra su posición social, cultural y política, acerca de la realidad colombiana y hace extensivo un llamamiento a la dignidad cultural de los pueblos americanos para resguardar por encima de la violencia y el delito, la condición latinoamericana de pueblos libres, solidarios, portadores de la paz. Bien expresa Ospina: “…Yo sueño un país donde tantos talentosos artistas, músicos y danzantes, actores y poetas, pintores y contadores de historias, dejen de ser figuras pintorescas y marginales, y se conviertan en voceros orgullosos de una nación, en los creadores de sus tradiciones. Todo eso sólo requiere la apasionada y festiva construcción de vínculos sinceros y valerosos. Y hay una pregunta que nos está haciendo la historia: ahora que el rojo y el azul han dejado de ser un camino, ¿dónde está la franja amarilla?...”
La otra lectura, para adentrarnos en el pensamiento de Ospina, es el ensayo “Las auroras de sangre”; originalmente de 1998 (con reediciones 2007 de la editorial Norma), es un estudio acerca del texto de Juan de Castellanos “Elegías de Varones Ilustres de Indias”; narración de los hechos de la conquista en los primeros lustros del siglo XVI, en 113.609 versos endecasílabos. Ospina no sólo hace un estudio hermenéutico al poema, sino a algunos episodios en la vida de Juan de Castellanos, sobre todo lo que tiene que ver con el uso del género poético en una época que no tenía ni idea ni lenguaje, para nombrar el paisaje del nuevo continente. El subtítulo del ensayo es descriptivo de la intencionalidad de Ospina: “Juan de Castellanos y el descubrimiento poético de América”.
Estos dos ensayos preparan al lector para enfrentar el trabajo novelesco de Ospina; es como un conocimiento base que nos da las coordenadas en razón de las cuales se ha de leer a Ospina.
Su primera novela nos llega en el 2005 y está retratada en razón de los acontecimientos que rodearon la vida de Pedro de Ursúa, quien muere en manos de Lope de Aguirre; a Ursúa lo envolvió el fantasmas del continente y lo convirtió en piltrafa, en parte de esos seres dolientes (como expresa Alberto Hernández, 2008) que sacrificaron hasta a los amigos.
Luego, ya en el 2008, aparece “El país de la canela”, con la cual envuelve el imaginario aborigen en una suerte de tratado filosófico en el cual se busca responder cuál es la identidad americana que nos corresponde. La novela comienza dando la imagen de que uno se acerca a esas historias montado en los barcos de la conquista, hechos de madera y acero, a través de la niebla: “La primera ciudad que recuerdo vino a mí por los mares en un barco….”
De esta novela viene ya desandando la tercera (algunos críticos hablan de una trilogía), la cual con el nombre de “La serpiente sin ojos” saldrá a finales del 2009, como expresión culminante de una primera gran etapa de creación y reflexión acerca de lo que significó, peor aún, significa, el proceso de conquista y transculturización, al que ha sido sometida América.
Retomando palabras del profesor Hernández, en su ensayo “Ursúa, de Ospina”, la tragedia de este conquistador fue no comprender el mapa del Nuevo Reino de Granada, diseminado entre unos aguerridos habitantes que enfrentaron la invasión. En su lenguaje característico Ospina nos cuenta: “Más de una vez lo oí repetir esa lista, como se repite una oración o un cuento de infancia. Allí estaban los urubáes, que cambiaban mujeres por oro; los guazuzúes, que habitaban en lo espeso de los bosques; los nitanes que tejían delicadas telas de algodón ; los cuiscos, que hacían cuencos de arcilla roja con forma humana; los araques del Sinú, que cebaban cerdos salvajes; los péberes, famosos por su oro y por sus esclavos; los tatabes del cerro blanco, que habitaban con sus familias en lo alto de los árboles; los uramas de la sierra de Abibe, que tenían templos en la montaña; los poderosos guacas de largas mantas de colores, gobernador por los hermanos Nutibara y Quinunchú, altos y ausentes con sus diademas de oro y de plumas (…) los belicosos nare, que se enterraban en túmulos y eran los dueños del sol de las profundidades…”
Hoy, más que ayer y aún más que en el pasado, el volver a comprender el proceso de conquista y descubrimiento, nos coloca en un lugar privilegiado de la historia. Tenemos el tiempo preciso para ver en retroproyectiva de dónde venimos y hacia dónde nos dirigimos. Dificulto que la meta siga siendo Occidente; mucha agua ha pasado por debajo del puente. Hay una cultura real que por encima de las culturas impuestas va reclamando su espacio. Es un asunto de naturaleza humana no de resistencia. Con las indagaciones de escritores como Ospina, vemos con esperanza ir descubriendo ese tatuaje que nos marcó desde que éramos Australopithecus africanus, hasta el homo sapiens confundido que deambula por las laderas, los bosques, los sueños…

domingo, 23 de agosto de 2009

EJERCICIOS NARRATIVOS DE Ramón E. Azócar A. 2003-2009


A todos aquellos a quienes una mentira, un amor mercenario y un buen vino, les han abierto las venas literarias en un mundo cargado de absurdos y temeridades...


“A”

La noche había llegado. Sigilosa…, con destellos lunares y brillos fulgurantes. Parecía anunciarse el final de un gran día. Miento. Fue un gran día. Normalmente me voy a dormir a eso de las nueve de la noche. El fin es único: cargar fuerzas.

Pero hoy, cosa especial, el sueño me tomó mucho antes… Poco después de reconocer que se acercaba la noche.

Registré entre mis libros para saciar la sed de lectura, mal acostumbrada en tiempos de pocas ideas. Un pequeño librito, de no más de doscientas páginas, fue el elegido. Se titula “Ficciones”, Autor: Jorge Luis Borges.

Abrí la obra, como llevado por brazos celestiales, en la página 51. Nombre de la narración: “Las ruinas circulares”.

No era para mí extraña la obra, pero si soy sincero no la había leído con profundidad. A tal punto que el título me fue novedoso.

Las primeras hojas fueron devoradas tumultuosamente, aunque, he allí mi ignorancia brutal, no limité la extensión del relato (el cual no abarcaba más de seis hojas) y culminé por cerciorarme que me hallaba miles de distancia de las ideas que a pesar del cansancio, llevaba de guía. Fue un lapso, un pequeño tiempo dormitado que me alejó por completo.

Me rendí a los párpados; dejé caer la inconstante cabeza y como hilo desmembrado oía el exterior y sentí sus sombras.

Sentí como se iba separando, poco a poco, lentamente, sublimemente…, mi visión de la realidad. Quedando dueño y señor de aquel tiempo de descanso en las fuerzas del subconsciente.

Me vino una enorme incertidumbre. Percibía como una neblina blanquecina se apoderaba de la visión interior y cómo de ella surgían cosas, fuego vital de existir. Deduje que soñaba…

El sueño se volvió insistente. Las imágenes me acercaban a objetos que con rapidez cambiaban de lugar. Una linda mujer se desnuda y se viste en tiempo simultáneo. El pene se me endurece y consigo restos de orgasmo en mis pálidas manos. Vuelve aparecer la neblina y siento de nuevo el cansancio de unos párpados aún sin encontrar tapar los ojos, porque ellos aparecen cerca de mis pies mirándome. El cuerpo se va desmembrando y un hilo de sangre moja el asiento y el encaje de un vestido que llevo puesto y no lo sabía. La neblina es insistente. Caigo al piso, producto no sé de qué golpe, y despierto. ¡Oh! simplemente reacciono. El libro aparece cerrado entre mis piernas y en los labios quedan los sabores agrios de licor de uva:
¿ Qué sucedió?
¿ En dónde quedó la imaginación y por cuál camino va la titilante realidad? …




“B”


¡Maldita sea!!! ¡Maldita, maldita ¡sea!!! No entiendo por qué. Por qué no alcancé las guayabitas en aquel campo santo enfrente de la escuela.

Se veían tan cercanas en comparación con mi mano extendida. Se veían tan deliciosas, tan provocativas. ¡Maldita sea!!! …………….. Si yo podía. Tengo un tamaño medio, no soy un gigante pero aún menos un pequeño. Alcanzo en hombros a Pedro y pronto estaré usando las camisas de José. No cabe en mi entender…. ¡Maldita sea! ¡Maldita sea!!! Por qué no alcancé las guayabitas de aquel campo santo.


¡Neftalí, Neftalí! …- Como un ciclón se dejó oír la voz en lo ancho de la calle.

- Aquí. Aquí estoy.
- ¡Neftalí!
- Aquí.
(Neciamente en el eco perturbador del silencio seguía insistiendo aquella desgarradora voz…)
- ¡Neftalí!
- ¡Aquí!

- Muchacho qué te habías hecho. Desde que terminó la escuela y no apareces por casa; mira tu papá te está esperando con el rejo y valga Dios que te encuentre. Apresúrese mijo… apresúrese.

- Ya … YAAAAAAAAAAAAAAA. Ya lo sé doña Juana, ya lo sé. Papá siempre con lo mismo: PEGADERA, PEGADERA, PEGADERA. Esa canción de tanto oírla ha perdido música para mí.

- Mijo. Vaya mijo, evítele un disgusto a su mamá.

- Iré… iré.- en tono cansón. (Neftalí camina murmurando hacia sus adentros: no entiendo cómo no pude alcanzar las guayabitas. Hoy es un día tan bello, en el horizonte se ven nubes blanquecinas y una intención… una intención así como de… como de……………………… como de querer mojarse el suelo)

Los pájaros picotean las hojas de los árboles, en el fondo un silencio absurdo deja acompañar los cantos de los turpiales. Es una buena época para comer guayabitas… ¡Maldita sea!!! ¡Maldita sea!!! Y no las pude alcanzar. ¿ Por qué ?.

Será verdad lo que contaba papá sobre los ganadores y los perdedores: “… los perdedores son tontos que nunca supieron mentir y los ganadores, tontos que nunca supieron decir verdades”. Yo no soy un buen mentiroso y si acaso he aprendido a decir algo es que tengo hambre. ¿Cómo no pude alcanzar las guayabitas del campo santo? Pena me da el hecho de que no estaba solo: allí se encontraba María Isabel, la bella y triste María Isabel.

Niña de cabellos ensortijados y con una carita de muñequita ingenua que hacia vibrar mis sensaciones. Su padre, un inmigrante holandés, la tenía muy cuidada, hasta el punto, de visitar esporádicamente a la familia de los amigos de su hija. Nunca he tenido el tiempo para comprobar si ese rostro de muñeca es real o de porcelana. Pero bien, allí estaba María Isabel y que bella se veía.

¿Qué estará pensando de mí? ¿Estará diciendo que soy un pequeñín por no haber alcanzado las guayabitas del campo santo? O simplemente no se fijó en lo que estaba haciendo para lucírmele…Me consuela imaginar que su padre la ha educado tan bien que esas insignificancias heroicas no le causan euforia, aún menos importancia. Así como que sí me estaba observando, no quiero ni pensar que por un momento no le fui importante… sería peor… digo, sería avergonzante… ¡Maldita sea!!!.

- Era hora que llegarás - Con el abrir de la puerta se deja escapar la voz de papá.-

- ¿Dónde estabas?
- Papá…
- ¿qué!
- So…. (jí, jí, jí… ríe mamá desde el fondo de la cocina).
- ¿Cómo?
- No; nada viejo. Nada.
- ¿Dónde estabas?
- En el campo santo.
- ¿Trajiste las guayabas?
- ¿Acaso tenía que traerlas?
- Claro. Yo te lo pedí.
- Pensé que dijiste que merendara con ellas.
- Muchacho del diablo, está bien de que sea burro pero también sordo. ¡Coño! Eso es el colmo.
- Papá lo que sucedió es que no pude alcanzar las guayabitas del campo santo; estaban muy altas.
- ¿Cómo cuanto?
- Muy altas.

Sabes Neftalí no comprendo por qué eres tan caído de la mata. Yo te doy vestido, te pago escuela, te alimento, te coñaceo, en fin cumplo mi rol de padre al máximo; ¿Por qué tu no cumples el tuyo también?.

- Papá es que…

Que explicación podría darle, él tenía razón. No se explicaba cómo un chico como yo, medio alto, no pudiese alcanzar unas miserables guayabas. Mejor no contestar y refugiarme en mi pena hasta poder encontrar la forma de saldar la culpa y la conciencia.

El sol oculto marca el fin de un día catastrófico. Papá se encuentra en la sala prendado de sus programa favorito de televisión; mamá lucha con los trastes en la cocina; José, mi invalorable hermano, persigue entre risas al servicio de los vecinos Paredes, y yo… aquí entre sábanas almidonadas pasando una depre grandísima.

- Neftalí, NEFTALI… muchacho apaga esa luz. (Del fondo de la sala se deja oír)
-¡Ya!!! aaaaaaaaaa!, replico.
¿Qué será de mí? Bueno, cojamos impulso, tal vez mañana logré alcanzar las guayabitas del campo santo. Por supuesto, si logro antes espantar las abejas cuya colmena está a lo alto, entrelazada con las guayabitas.

“C”


Era de mañana. Se hallaban en la oficina de la prefectura el secretario y el policía, el prefecto acostumbraba llegar a mitad del día.

- Buenas. (Una voz de anciana se hizo eco en las puertas de la oficina)
- Buenos días doña. ¿Qué desea?
- Vengo a realizar una declaración. Sobre la muerte de Justino, usted sabe… (el gesto humildón hace que las palabras tomen fuerzas)
- Espere un momento, ya se las voy a tomar. Puede sentarse allí. Señala una patrona carcomida que se encontraba al frente.
- Gracias.
Transcurridos unos minutos, el secretario acomodó el carrete de cinta de la máquina, y colocando un papel color de lejía en el carro, llama a la anciana para tomar su declaración.
- ¿Cómo es su nombre?
- María Fortunata Contreras Avila.
- María… ¿María? (Pregunta en tono de asombro el secretario)
- Sí.
- Entonces su nombre es María, figúrese que se llama igual que mi mamá. Usted a lo mejor la conoció, María Hipólita Fajardo.
- Ah! Sí, a doña Hipólita. Claro que la conocí. ¿Usted es hijo de ella?
- Creo que eso fue lo que le dije… (responde con sarcasmo el secretario)
- ¿Cuál de los cuatro?
- El mayor.
- ¡Ah! … Ya. Mire mijito podríamos continuar con el asunto, es que se me está haciendo tarde.
- Sí como no. Continuemos. Entonces su nombre es María Fortunata… ¿ Fortunata? (pregunta el secretario en el mismo tono).
- Sí. Fortunata. (en tono de aclaración).
- No recuerda usted a Fortunato Contreras.
- Claro que sí, fue mi padre.
- Ah! La reconoció a usted también. Figúrese que revisando los archivos de la prefectura me hallé con unos documentos que relataban la historia de su finado padre. Él era hombre muy camorrero y mujeriego, y nunca, salvo una hora antes de morir, se había atribuido un solo hijo. Reza el documento con una frase, al parecer muy suya, “Quién me dice que no son de otros, vea, son casadas todas ellas”. Ah, como sería ese señor de chirel.
- Sinceramente (replica la anciana) a mi me hubiese dado lo mismo si me reconocía o no. Total, nunca me dio ni cariño.
- Pero en fin de cuentas todos ustedes disfrutaron de su pesada herencia.
- Es cierto, pero ya ve, de nada sirvieron sus millones, no nos ablandó el corazón.
- Habla usted por todos.
- Sí, me atrevo a decir que todos mis hermanos piensan como yo, y somos catorce.
- Sí, precisamente, catorce... (retorna la frase el secretario)
- Por favor señor, continuemos… (en tono cansado habla la anciana.)
- Sí. Íbamos en Fortunata. No. ¡Ah! Sí. En Fortunata. María Fortunata Contreras, por don Fortunato, Avila. ¿Avila?. (en el mismo tono que el anterior).
- Sí.
- No será usted hija de doña Inés Avila.
- No, ella fue mi tía. Mi madre fue su hermana, Dolores.
- Ah, ya; doña Dolores Avila.
- Sí.
- Supo usted que doña Dolores estuvo, creo que en 1898, presa en esta prefectura.
- Sí.
- Y supo por qué.
- No fíjese, nunca le preguntamos.
- Bueno, según los archivos, ella fue acusada de adulterio con su primo Julio.
- ¿Con Tío Julio?
- Sí. Creo que aún vive ¿no?.
- Si, tío Julio tiene ya casi 100 años, pero esta fuerte todavía.
- Sabe él era una criatura cuando aquello, pero por la providencia del santísimo la cosa no transcurrió de un simple chisme. Su padre habría de contentarse mucho con eso, era una evidencia más a su favor sobre el origen de ustedes.
- Sí, tal vez… (contesta la anciana).
- Aunque creo que ella vivía con Pedro Mejías ¿o no?.
- El señor Pedro vivió con ella por tres años. Creo que fue el único que verdaderamente la quiso.
- ¿Qué fue de él?.
- Murió.
- ¿Hace mucho tiempo de eso?. (pregunta el secretario).
- Fue por eso lo de su separación… si hace mucho.
-¡Ah! Ya veo. Hace mucho. (retoma el secretario).
- Por favor continuemos…(se notaba un poco de disgusto en la voz de la anciana)
- Lo siento mucho mi doña, pero dentro de una hora llegará el material sellado de la capital y necesito habilitar unos archivos para ubicarlos. Usted entiende ¿no?
-Pero, ¿ y mi declaración?
-Venga mañana la sacaremos en un momento.
-Pero si a partir de mañana comienza la semana santa.
-Entonces será cuando volvamos de vacaciones. Además usted no se va a morir por esperar cinco días ¿o si?
-Por supuesto que no. (en tono conformista y decepcionado).
El domingo de resurrección María Fortunata Contrera Avila murió de un ataque al corazón. La hoja quedó en el carro de la máquina con su nombre El secretario no se atrevió a sacarla. El secretario lloró.


“D”

A cada momento voy inventando aquel hombre de traje gris que simuladamente observaba al cruzar la Plaza Bolívar de Guanare. Era un hombre de escasos cabellos y de una estatura mediana. En su traje se dejaba ver manifiestamente un pañuelo blanco. El caminar era airoso: desafiante. Impregnaba el camino con lo tosco y ruidoso de sus zapatos. Era definitivamente alguien que difícilmente uno podría olvidar, quizá por ello hoy me lo invento cuando su notoria ausencia hace anhelarlo.

Inicié mis estudios fuera de Guanare y desde entonces no supe más del hombre de traje gris que siempre en las mañanas veía cruzar la Plaza Bolívar. Era un hombre que emitía magnetismo y aunque no me observaba, siempre tendía a pensar que era a mí a quien miraba. En una noticia lamentable, a dos o tres años de mi ida de Guanare, me informa papá de la muerte del hombre de traje gris. Una muerte taciturna, triste....No podía entender por qué de un castigo tan duro para un cuerpo que materializaba esperanzas y que fungía como garfio de una sabiduría sensible con las cosas humanas. No entendía motivos que llevaran a desmembrar en aquella tarde sus años de esfuerzo y candidez literaria.

El hombre de traje gris ciertamente lo conocía, su reputación en Guanare era considerable y su particular presentación física (con su traje gris impecable y su pañuelo medio desnudo en el bolsillo) le hacia elocuente en público. Pero lo que más me llamaba la atención era aquellas mañanas en las que me confundía su mirada disimulada y me hacia pensar que veía en mí alguien conocido, o a lo mejor por conocer.

Nunca tuve la oportunidad de mirarlo directamente ni de empaparme con su vida como quizás lo hizo papá, pero el hecho de que depositara atención en un pequeñuelo que soñaba con ser pintor, fue suficiente como para entenderme que le caía bien y que posiblemente viera en mí un relevo generacional, dado que en Guanare el desafío intelectual es poco atractivo.

Cuando me enteré de la muerte del hombre de traje gris, reaccioné asombrado a primera hora; luego entré en un profundo meditar. No se trataba de explicarme por qué de ese hecho, si no de entenderlo en la dialógica mental de mis sentidos. Es así como hice mi propia versión de los hechos, intentando siempre ser lo más leal a la imagen sobria y sopesada de quien conocía como el hombre del traje gris.

Aquel día en que muriera el hombre de traje gris, había en Guanare una brisa angustiada, tildada por la fuerza del sol y desnudada por los árboles en los abrazos contorsionados que producían caricias sensuales. El hombre de traje gris salió de su casa y enfrentó con su airoso caminar la brisa mañanera. Al pasar por la Plaza Bolívar, aquella que nos identificó en un tiempo, el hombre de traje gris percibió miradas de recuerdos. Miró fijamente a un grupo de muchachos que inocentemente vestían el cuerpo del banco en donde siempre pasé mis tertulias juveniles, y como cosa inmediata (intuyo) observó el baile majestuoso de las copas de los árboles con la brisa angustiada. Con la misma inmediatez movió su rostro y lo paralizó al frente. Su mirada siguió desafiando la brisa y su cuerpo se perdió con la distancia.

Al cabo de unas horas deseó conocer más de cerca aquella naturaleza que sensualmente se estremecía con la brisa. Así partió a las orillas de las aguas cristalinas del río y bebiendo sorbos de pureza cerró los ojos y comenzó a mirar por dentro.

El hombre de traje gris quizás no recuerde la ausencia: el se fue para donde no existe extrañes, pero es posible que aún en sus recodos de miradas perdidas esté la presencia mía como receptor de su mirada disimulada: como depositario de sus ilusiones cada vez más aisladas de la realidad.

Han pasado varios años de ausencia del hombre de traje gris. Nadie lo nombra con melancolía, no hay motivos, sigue presente en las aulas de clase donde impartió conocimientos y en el sigiloso eco que entre las piedras de las calles de Guanare dejaron sus zapatos de tacón medio.

Valga recordar que los zapatos del hombre de traje gris eran muy pintorescos. Siempre limpios, pero siempre deteriorados en los tacones. Jamás se pudo observar al hombre de traje gris con zapatos sedientos de tocar asfalto, sino con zapatos sedientos de suela. Pero es que esa característica del hombre de traje gris lo hacia más reluciente. Sin sus estropeados zapatos no hubiera producido los melódicos sonidos del taconeo y no fuera tan fuerte el recuerdo que de él se tiene. Es impresionante como sonaban sus zapatos…

Otra característica resaltante era su media sonrisa. Para todo tenía un gesto que se materializaba con una media sonrisa que lejos de ser burlona, era agradecida con la causa que la originaba.

El hombre de traje gris representaba en Guanare un símbolo y en mí una inspiración. Era el contagio con la vocación, con cada espacio de mi mente: vivía en él el oficio que me tocaría enfrentar.

Si bien el hombre de traje gris no dejó un legado literario prominente, al menos conquistó la espera del intelectual a través de la sobriedad de una vida sensible y humana. Fue hombre de vocación y oficio, pero sobre todo un hombre observador.

Y es que observar no es simplemente contemplar y admirar, es mucho más: es sentir de cerca lo que se aprecia a través de los ojos, es imprimir nostalgia por lo bello que se observó ayer; es entenderse consigo mismo ante las luces y los contornos extraños.

El hombre de traje gris hoy me lo invento. Hoy lo sigo viendo en las calles de Guanare, hoy sigue caminando desafiando la brisa, pero sobre todo sigo escuchando el taconeo de sus zapatos maltrechos, signo de que aún vive, aunque el eco vaya por dentro.

Ayer me compré un traje gris. Me lo puse con una camisa blanca y tercié del bolsillo un pañuelo cien porcientos algodón de color negro. Con la misma salí a la calle y crucé en distintos sentidos la Plaza Bolívar de Guanare. Primero de Norte a Sur, luego hacia el Este y después al Oeste; en fin recorrí cada palmo. La idea era enaltecer aquel hombre de traje gris, no como hombre a quien gustaba pasearse por aquellas aceras cortas de la Plaza, sino como hombre que disfrutaba compenetrar su mirada con el espacio y tiempo, bajo la música constante del rugir de sus zapatos. Pude concretar la observación sensible y profunda, más no el sonido candente de los zapatos. A pesar de que preparé unos zapatos para la ocasión, no pude llegar al nivel de sonoridad grave que emitían los suyos.


“E”

Entretenido con el televisor dejo escapar mis últimos bostezos en una noche cualquiera. La ciudad se siente dormir a través de sus calles vacías y grises. A lo lejos reflejos de faroles eléctricos hacen del paisaje nocturno un tiempo donde mis abatidas lucubraciones permanecen inertes, quizá condicionando desesperarse.

Vuelvo al televisor y en él aparece la figura de un reconocido atleta. Estaba animando un concurso de gaseosas donde el premio sería una cena con él y un esperado autógrafo. De repente, por esa fuerza interior del aburrimiento que me consumía, se me ocurrió jugarle una broma al concurso, pero en especial, a esa figura atlética que se representaba a sí sola como imagen de salud y perfección.

Redacté la misiva en tono cursi de fanática enamorada. Me coloqué, como tantas veces lo he hecho en los personajes que fantaseo – pues soy escritor- dentro de la trama y dentro de la figura que imito. La carta comenzaba diciendo lo hermoso que ese concurso era para una mujer que aspiraba amar a un hombre de tantas cualidades, de allí me extendí a ver por dentro, desde lo imaginario vísceral, todos esos músculos elocuentes de su talle juvenil y el resplandecer del brillo que sus ojos negros acusaban, casi delatando armonía con el dormitar de la ciudad, seguí inspirándome hasta que llegué al final de la hoja y, como para hacer más copiosa la broma, firmé “Alba” y coloqué mi apartado postal.

Al día siguiente envié sin demora la misiva a la dirección correspondiente del concurso. Sin muchas expectativas y muerto de risa, lo que me hacia visible entre el corre corre de la gente citadina.

Al cabo de un mes recibí la noticia, por televisión, de que cierta dama de la ciudad donde habito había ganado el concurso. Pensé que posiblemente hubiera sido mi broma la premiada, pero resté importancia y me dediqué a labores más productivas que morbosear la incrédula cara del jurado, o de la mano inocente, en razón de qué broma les abría jugado algún televidente.

Cinco días después fui a mi apartado postal a ver si ya me habían llegado noticias de Rogelio, mi editor. Al abrirlo me encontré con un solo sobre amarillo que decía en letras rojas: “URGENTE!!!”. Lo tomé apresuradamente y vi el remitente: GASEOSAS EL ÉXITO, Calle Carinó, N° 6-89… etc.; ¿qué diablos es esto? Pregunté, atónito hacia mis adentros. ¿será posible que ciertamente mi misiva de broma llegó y se coló como ganadora? Bueno, surgieron en cuestión de momentos muchas preguntas en torno a la novedad, pero una vez revisado el sobre y comprobado que ciertamente una mano inocente había escogido mi carta para el concurso como la ganadora, se me pasaron las expectativas y me causó el asunto verdadera logia de temores: ¿y si esta gente averigua quien soy, no vendrán hasta mi como si yo fuera un invertido enamorado de un atleta? ¿Cómo hago para sacarle el cuerpo al asunto? ¿Mi nombre está de por medio? ¿Qué hago?.

Me fui a casa sin más y me dispuse a concentrarme en una salida alegante que me cubriera el tremendo enredo moral en que me había metido. Más de una vez me preguntaba: ¿por qué diablos lo hice, por qué?.

Al día siguiente volví al apartado con la intención de solicitar a la encargada que me evitara la molestia de que los del concurso supieran de mi verdadero nombre. Iba dispuesto a contarle la broma y a… (quizás sea mejor decir a confesarme para saldar mi culpa), proponerle algunas ideas que se me habían ocurrido para desactivar todo ese enredo. Antes de llegar a la oficina pasé por el apartado de nuevo. La abrí y conseguí otro sobre. Al tomarlo vi como remitente el nombre personal del atleta. Me fui despacio a una banca del local y serenamente abrí la misiva. El atleta decía palabras desbordantes de amor y cariño, se había enamorado de mí, o mejor dicho, de ese personaje Alba que le escribía. Decía por ejemplo: “… te estoy amando sin conocerte y entrego palabras de esperanza a tus delicadas palabras de amor…”.
Bueno, el hombre se había encontrado de veras con un sentimiento y yo, con un verdadero problema. Puesto que al final culminaba: “Ya sé donde vives e iré mañana a verte”.

Salí de inmediato de la oficina de apartados y me dirigí a un bar cercano a intentar ordenar un poco las ideas: ¿será posible que ese hombre vaya mañana a mi casa? ¿qué le diré? De pronto me interrumpe una chica –bastante hermosa por demás y me dice si la invito a sentarse conmigo. Le dije que si, pero que no le sería de gran ayuda como conversador, ya que estaba reflexionando acerca de cómo resolver un problema. A lo que me contestó: yo estoy para resolver un problema”. Y en ese instante vi en aquella hermosa chica la posibilidad de mi Alba. Sí!!! Ella era mi solución.

Una vez que le hice partipe del asunto, tras una negociación bastante ardua, concretamos montar la trama al día siguiente.

Amaneció y no habían llegado las diez de la mañana cuando mi infortunado atleta se apareció creando tumulto en la vecindad. “Buenas amigos” –me dice- “Esta Albana en casa”. De momento no supe que decir, pero a las espaldas del atleta apareció mi Albana contratada. Ah! Aquí está mi amigo. Ella es Albana, mi…..sobrina.



“F”


La espera no fue tan larga. De improviso apareció ella. Estaba hermosa, seductora, sensual. Su tez blanca sobresalía del ropaje negro que la cubría en totalidad. La mirada se mostraba imponente, retadora. Sabia a donde iba.

Fuimos al apartado cuarto de un Motel de carretera, allí nos entregamos a los instintos. Había humedad. Mucha humedad.

Del bolso negro y aterciopelado extrajo un frasco metálico, del cual vació una sustancia cremosa y pálida sobre mi pecho... Lamió, succionó, acarició…Hizo de mí un manojo de placeres.

Al cabo de unos minutos, consumidas en totalidad mis energías, quedé dormido encima de ella.

Una fuerte explosión del fondo de la tierra arropó los espacios en el mundo, no me percaté, sólo un leve zumbido parecía retarme a levantar. Pasado unos minutos desperté.

Allí estaba. Encima de mi amante de la cual sólo quedaban huesos y pedazos de piel. Había restos de hormigas del tamaño de un ratón. Abrí la puerta y todo estaba desolado. No lograba entender qué había pasado.

Me aproximé a la recepción del Motel y me encontré con una dama encaramada en el mueble de atención. Le pregunté qué pasaba y ella me contestó: “¡ no sé!”.

Encendí la radio del carro y pude dar con una emisora local, la cual informaba que una explosión en el centro de la tierra había producido cambios en el metabolismo de algunos seres vivos, así como un apetito voraz por lo dulce. El peligro había pasado, pero se debía tener precaución.

De inmediato recordé la sustancia cremosa y pálida que mi amante derramó sobre mí. Era dulce. Era leche condensada con miel. Ella la succionó y me limpió cualquier residuo dulce del cuerpo.

La pregunta que aún no sé responder, es quién se comió el cuerpo seductor de mi amante...

“G”

Ver este papel en blanco y comenzar a mancharlo con letras que buscan decir algo, es sin duda el sufrimiento más pesado que me haya tocado hasta ahora. Se ha hecho necesario manchar este papel para dejar plasmado los tormentos que día a día atraviesan por mí, carcomiendo el camino que a duras penas intento seguir.

Nunca pensé que el amor por las letras pudiera arrastrar en mí tanto dolor. Vaciar a diario fantasía y serle fiel a ideas erizadas de calor, hacen que me mantenga unido a dolores inmensos, esos causados por la tentación de amar.

Las letras no fueron siempre mi devoción, menos aún un incentivo paterno, o desquicidad ante un obstáculo; simplemente fue algo inesperado que se presentó, pienso que tarde, y se anidó. Digo que tarde porque para alcanzar cierto nivel en el ámbito literario, tienes que haber intimidado mucho tiempo con él. Mis primeras lecturas fueron sumamente pesadas. Recuerdo aquel primogénito de hojas que llevaba por título “La familia Mumín”, cuyo autor es Tove Jansson, obra que llegó a mis manos a través de un tío que andaba de viaje por Cuba y se acordó de mí comprándome un ejemplar. Conste que el regalo fue dado cuando era un adolescente, por lo cual vine a reconocerlo como texto ya entrados mis años de madurez.

En mis años mozos fui cultivando un tipo de lectura sistemática y racional, aprendí de Platón, de Aristóteles, de Descartes, de Hobbes, de Locke, en fin, de muchos hombres que cultivaron un espíritu de angustia y preocupación por asuntos sociales, políticos y económicos,

Descubrir como lector que soy un mal escritor; también que la minuciosidad y la paciencia no iban conmigo, todo lo contrario, mi fuerza y dinámica hacían que transitara superficialmente de capítulo en capítulo; confieso que nunca he leído un libro totalmente.

Ya hoy soy un anciano que ni siquiera tiene energías para experimentar una lujuria; estoy solo, mis seres queridos han impuesto distancia. Ya no se sienten de mí prendado, soy un estorbo.

La vida me ha hecho concluir con dos ideas de cómo existir y sufrir sabiamente: Ser un lector y llegar a ser un mal escritor; y ser un escritor sin llegar a ser un escritor o lector, simplemente un expositor de ideas que otros, más inteligentes y consecuentes, sean quienes vayan dándole forma y uso a las elucubraciones.

Estoy cansado...

“H”


Me mortifica pensar que puedo llegar a escribir. El escritor, para los adentros, representa un ser superlativo de vivencias y sensitivo de experiencias extrasensoriales. El escritor es un “brujo” , un “predigitador”, un “iluminado”.

Comencé a escribir cuando el alma se encontraba rebosada de sufrimiento. Cuando el descontento por las cosas grandes del vivir se identificaron con la falsedad e hipocresía de mis sentimientos.

Empecé a escribir cuando comprendí que podía asesinar a mis seres queridos sin resentimiento; que podía aislarme de la realidad para inventar paraísos y fungir de sicodélico individuo apartado de toda realidad y de toda verdad.

He mentido constantemente. La mentira se ha convertido en una manera de ver la vida, de sentir a cada espacio el flujo de un descontento, de un ardor por el existir que me causa miedo: temo de mí mismo.

No existe mayor tristeza que la de ver a seres que han compartido con uno triunfos y fracasos, como puertas cerradas que desafían que las toques. Es duro sentir eso: yo lo he sentido.

Me quedé sin familia, sin amigos, sin amores, sin palabras...

Desde niño soñé con darle a mis hijos un ambiente distinto al melancólico que me ha tocado vivir, lo que encontré al final fue un camino de maldad, envidia e hipocresía. A veces no vale querer tanto; en un sentido más exacto, no vale querer.

De tantos golpes recibidos, fui fortificando mi espíritu. Abracé un gusto interior por la vida y me fui desdibujando como un ser amorfo, mitad fuego, mitad hilo. Poco a poco el camino de espinas se fue haciendo polvo de todos los días. Me acostumbré al dolor y el dolor hizo de mí la excusa para tentar la muerte.

Habían pasado varios años desde que la soledad inundó mi vida plenamente. Los días de clases en la universidad ya no eran motivo de aislamiento para mi dolor, dando mis clases diarias sentía como miles de puñales eran lanzados contra mí.

En los espacios de la taberna “La Fogata”, la ebriedad me consumía cada noche. Horas repletas de licor y tabaco. Me iba y volvía. Estaba y no estaba.

Todo el ideario intelectual se iba tejiendo encinta de una fantasía: estaba muriendo y no sabía qué hacer para evitarlo.

Entre tantos embrollos y vicisitudes, mi vida se tornaba un gran problema. Los preceptos de la calle los quebrantaba fácilmente, no había ley alguna que respetara. Escupía las puertas de las iglesias, me orinaba en los tubos de alumbrado; golpeaba a rameras y a secretarias. Pasaba horas encerrado en celdas contaminadas de excremento. Estaba ahogándome en una rebeldía sin forma ni sentido...

Hasta que apareció la luz más tierna y fugaz que halla podido observar. La luz difusa de los tiempos, la luz colorida y destellante de las ilusiones.

La vi por unos instantes, me rozó fuertemente y sentí que arrancaba mi rostro. Una paz interior abrazó los espacios y de la nada sentí algo brotando desde mis entrañas.

Sentí perdón y amor; caricias y murmullos; afectos y lealtades; sonrisas y alegría. Quedé en silencio, sin decir mucho, sin decir nada. La sed interior de mi cuerpo fue calmada.


“I”



Aquella mañana de septiembre cuando volteaba mi pensamiento y buscaba desesperadamente respuestas a mis impulsos, pude entender que no estaba vivo. Sólo fingía mi existencia...

Recordaba las narraciones de Albert Camus, me iba identificando en el trascurso de los minutos con el interlocutor de “La caída”. Ese hombre destruido por el medio, sollozo de las expectativas que le deparaba el futuro; entristecido por el constante dolor de quienes en vez de serle fiel a sus sentimientos eran impropios del vivir mismo. ¿ Estaré acaso siendo demasiado trágico?

Soy un hombre trágico. Ese hombre que aspiraba un sendero luminoso, albergado de triunfos y reconocimientos, con una mujer dócil y una casa grande, de cocina espaciosa y con un patio repletos de matas de mango. Por supuesto, con un gran refrigerador para albergar las cervezas y demás licores con que animaría los fines de semana.

Pero a todo esto: “no me arrepiento de vivir entre el vacío y la decepción”.Soy notoriamente responsable del ahogo en que vivo; estoy consciente de que sufro por cualidades no por sufrimiento. Adquiero el sabor de la lejanía, del adiós. Me contengo de realidades pobres y padezco el susurro de un recuerdo constante: los tiempos de ignorancia, cuando era feliz.

Mi vida es un anhelo por vivir los sentimientos acabados de la época. Siento que en la medida que sufro, estoy reivindicando mis errores. Siento que no me entiendo y por ello asumo que la vida se escapó de mí, y simplemente la busco.

Es muy tarde para describir lo que me ha servido ser un humano, llámese homo sapiens o animal superior. El desnudo de mi piel revela de forma sarcástica lo que realmente no quiero ocultar; se me ha hecho aparecer como hijo natural de una moral, de un principio y un “ser” supremo. Se me ha ocultado el rostro sincero de lo que realmente deseé; me han convertido en idólatra, en copia al carbón de los deberes sociales y de los justificativos “carnales” que hacen del sexo un puente mágico entre el deseo y el amor.

He sido despojado de las vestiduras: de lo real y lo fantástico. Aún dormitan en mis sueños las esperanzas por volar, por ser ave; por aspirar a ser un verdadero arquetipo de vida.

Días atrás conversaba con Neftalí, entre refrescantes cervezas, sobre el papel de nuestras vidas en este paupérrimo mundo social. Le comentaba, y disculpe estimado lector si con esto ahondo más mi plática, que el mundo era realmente varios mundos y que la función de la vida era dar una oportunidad al organismo fluyente de energía, en miras a conquistar y descifrar cuál mundo le es inminente y para el cuál, por naturaleza, devino apto. Realidad que hace posible verificarse por el sólo hecho de existir desigualdades. Los más altos llegaron a su órbita dialéctica exacta y los más débiles, por supuesto, permitieron su oportunidad. En una palabra, no todos encontramos nuestra “horma” de mundo en ese fugaz respiro de la energía orgánica.

Ante todo esto, Neftalí replica: “ no descartes, querido poeta, que hasta uno se equivoque en el lugar órbital exacto, predestinado por la aptitud; a fin de cuentas, nuestra energía orgánica es torpe y tiende a dispersarse como el humo”.

Después de conversar, me suicidé.


“J”


Mientras Salamandra acariciaba mi cuerpo, imaginaba que se lo hacía a otra persona. Veía en mi carne el color de otro. Sentía la textura de otro. Pero en realidad era yo, con el deseo de ver a mi Salamandra con otro. Eso me excitaba.

Iban a ser las seis, le digo al oído que se aliste, ya es hora de llevarla a casa. Nos hallamos en el estudio de mi oficina. Me gradué de abogado, hace un tiempo, y el bueno de mi suegro montó este bufete , más para asegurarle sustento a la hija, la cual no quiso estudiar , que a mí. Deisy, así se llama mi mujer, me ha dado dos hijos, Jaime y Rafael. Desde el día que nos casamos nos fuimos sinceros y hasta demasiados honestos. Con Salamandra, mi secretaria ejecutiva, casada al igual que yo, y con cuatro hijos, mantengo una relación poco común. Ella sabe que soy ajeno y que amo a mi mujer, así como también está clara en sus sentimientos hacia Julio, su esposo, pero ante tanta claridad del corazón hay un puente que nos abrió el destino y la lujuria: ella necesita estar con alguien para soñar que está con él y yo necesito estar con ella para imaginar que estoy con mi esposa. Ambos en nuestra intimidad necesitamos estar con nuestras parejas para imaginarnos que estamos con nuestros amantes. Es así como la relación de amantes es placentera .

Nuestras experiencias han llegado a un tope: somos dichosos en esta relación extramarital.

Mi querida Deisy es todo lo contrario a Salamandra: es fiel, conservadora, seria, poco fantasiosa...

En ocasiones le planteé la posibilidad de contactar otros amigos y salir a divertirse, le dije que nuestra unión no implicaba estar atados uno al otro, ciegos a los placeres del mundo. Recibí como respuesta insultos, se me exigió respeto. Pero bueno, allí tenía mis dos cartas, una exuberante, la otra tierna; una con buen juego, otra que me hace respetar las reglas. Todo estaba en su monotonía constante hasta lo que me encontré al regresar de casa de Salamandra aquella mañana.

Llegué como siempre sigiloso, sin despertar sospechas. Entro en casa y al aproximarme al cuarto oigo gemidos profundos, propios de Deisy. Me quedo a la mitad del trayecto un poco perturbado, pero a la vez excitado...¿ Sería capaz mi ...? No sé. Es posible...Presto más atención a los gemidos ...Al acercarme no quise comprobar de inmediato qué era lo que pasaba. Intuía que estaba con otro.

Callé ...pero no logré sentir satisfacción alguna, me sentía humillado, traicionado: ¿ por qué me hizo esto? ¿ por qué? Supe entonces que estaba equivocado.


“K”



Las voces ocultas en el capricho de tus dulces labios hacen de mí un manojo de sensaciones. Te extraño, anhelo tus pisadas en la inmensidad del bosque; tus cosas, tus detalles...Pero sobre todo, te anhelo esculpida en la roca fría que te cegó la vida.

La mañana del treinta de agosto devino sin mayores contratiempos. La rutina diaria de asearme, vestirme, desayunar, tomar un sorbo de café y fumar un poco, delataba lo predecible que era como persona: en lo mojigato que me había convertido como burócrata.

En el trayecto a la oficina el día despertaba ante mí muy húmedo. El trayecto por recorrer es de media hora, por lo cual siempre me mentalizo para ir adelantando en mente algunos compromisos de trabajo. Un fuerte golpe hace que percate que ya no estoy en la vía sino que me he desviado del camino.

Vuelvo sobre mí, oigo sonidos debajo del carro, pero asumo que un descuido turbó el trayecto. Cuando me dispongo a continuar unas voces surgidas como eco a espacios más delante del carro ocupan mi atención.

Camino sigiloso, prudente por lo desconocido de la zona y diviso el cuerpo casi desnudo de una mujer morena con cabellos ondulados. Estaba gimiendo y balbuceaba palabras sin sentido. La auxilié y por un rato la tuve entre mis brazos dándole atención. Se encontraba golpeada, deduje que por violación o robo, pero no tanto para evitar que volviera en sí .

Miró a su alrededor y luego posó sus ojos en mí. No hubo palabras, el silencio fue hilando una conversación de cristales pupilares y sin más nos encontramos besándonos apasionadamente.

La cubrí con una toalla y la convidé a que entrara en el auto. Pidió, con un suave murmullo, que la llevará a su casa. Me guió con pequeñas señas y llegamos a una casa de color azul claro, con ventanas de madera. No quiso bajarse del auto si no le acompañaba.

En la sala de la casa esperé mientras ella se vestía y retocaba; un sublime olor a perfume llamó mi atención e increpé el silencio diciéndole que se apurara puesto que ya estaba retrasado.

Lo que salió de la habitación no era la mujer de cabellos ondulados con ropa rasgada, sino una esbelta morena desnuda completamente. Hicimos el amor hasta el cansancio. Al cabo de unas horas, tumbado en la cama mirando hacia no sé que cosa, siento una fuerte sensación de peligro. Se me eriza la piel y cuando trato de localizar a la mujer morena, tan sólo encuentro una peluca de cabellos ondulados y un pedazo de goma en forma de sonrisa vertical. Enseguida recorro la casa vociferando palabras a ver si conseguía mi anónima amiga, sin mayor resultado. Estaba solo y no entendía qué había pasado y cómo pasó. Sé que hice el amor pero mi recuerdo se vuelca a una idea fija de inicio y final, no recuerdo qué pasó en ese intermedio, si sentí la humedad y las sensaciones propias del momento. Estuve confundido por un largo espacio de tiempo.

Tomé mis cosas y me fui rápidamente del lugar. Tardé unas cuantas horas en retomar la vía y llegué a la oficina.

Roberto, mi jefe, me increpa por el connotado retraso y me advierte que hay cosas pendientes que requieren ser solucionadas de inmediato. En mi escritorio divago acerca de lo ocurrido y pareciera que estuviera viviendo un sueño. Todo se presentó tan rápido, tan fulgurantemente y tan apasionadamente que dudaba lo real de los hechos.

Al culminar la jornada de trabajo, Roberto se acerca y me dice: “ Allí en mi oficina está el Licenciado Juan Bautista Aguilera, ya sabes, del experto en análisis estadísticos que nos dará apoyo. Ahora bien, el sólo acepta el trabajo si hace equipo contigo”. Sin mediar palabras voy de la mano de mi jefe a conocer al mencionado analista y cuál es mi sorpresa que el susodicho es un hombre, ciertamente, pero con el rostro moreno de quien hacia horas había sido mi amante.

Algo nervioso comienzo a conversar con él y en un momento que nos deja solos Roberto, le pregunto: “¿Nos conocemos anteriormente?”. Si, me contesta, nos conocemos desde hace cinco horas aproximadamente.

No dije más. Cuando salía del estacionamiento obstaculizó la vía y me pidió que le diera un aventón hasta su casa. Al cabo de unos minutos le volví a preguntar: “¿ hicimos algo usted y yo?”. Claro amigo, hicimos mucho. Me hiciste sentir como una verdadera hembra. Acostumbro colocarme en los recodos de la vía para atrapar a despistados como tú, luego los llevo a casa, me cubro mis partes íntimas con una goma y lo demás se lo dejo a la bebida que tomaste.

Entonces eres una vulgar “marica” . No mi amigo, me contesta con seguridad, soy un hombre con deseos reprimidos y lo único que hago es hacerle el amor a mis victimas. “¿ Qué!”, un violento frenazo hace superlativo mi asombro: “Yo no hice nada. Tu me hiciste a mí”. Exacto. Y mejor te quedas tranquilo, ya sabes por eso de las voces de la calle y demás. Sin embargo, esgrima el hombre, no hay nada que te haya hecho de lo cual puedas reprocharte: “si no eras tú era yo, okey...”
Indignado saco del auto al hombre y le doy sendos golpes en su humanidad. Las voces se tornaron verdaderos gemidos de dolor; le tomé por los cabellos lo hice arrodillarse y hacerme cosas; le golpeé hasta el cansancio.

Ensangrentado y con un hilo leve de respiración asesté una roca en su rostro. Tan sólo llegué a ver por minutos sus sesos esparcidos en el suelo árido y seco.

Al cabo de unos meses el asunto ya había sido olvidado. Al parecer el hombre era un mafioso reconocido y su muerte se relacionó con una serie de asesinatos entre bandas. No se continuó con la investigación y retomé la vida nuevamente.

En una de mis idas hacia la oficina vuelvo a salirme del camino. Reacciono y me increpo por mi imprudencia. De repente siento que mis ojos se cansan y quedo adormecido encima del volante.

No sé cuánto habré dormido pero despierto en la oficina de Roberto, quien me está dando la bienvenida como el nuevo analista estadístico. Le pregunto “qué pasa”, a lo que me responde: “estimado amigo, agradecido estoy de aceptaras darnos una mano. Trabajarás con mi oficinista, aunque te advierto el tipo es raro, pero ello no debe preocuparte, yo lo tendré bajo control...”

Pasados unos minutos de charla, Roberto va en busca del oficinista, que hasta el momento pensaba que era yo; de vuelta me lo presenta: ¡ yo mismo! Extiendo la mano y anonadado por la impresión corro al baño, al verme al espejo veo la imagen de Juan Bautista Aguilera. “¿Qué estaba pasando?” La respuesta me la dio el propio Roberto: “ tranquilo amigo, no todos los días uno se levanta como si por dentro tuviera dinamita...”

Conversé largamente con el oficinista, es decir yo mismo, le escuché hablar como yo, esgrimir pensamientos como yo; en fin, entenderme como profesional con quien no sé cómo ni de qué manera estaba frente a mí usurpándome.

¿A quién asesiné con la roca? ¿Sería mi propia alma? ¿ Quién soy en realidad? Sigo siendo el oficinista, aunque mi cuerpo delate a otra persona.


“L”



“Vamos Jhoanna, no seas así. Quiero estar contigo. Más que una prueba de amor es un acto de confianza a nuestra relación. Hacer el sexo es algo común y normal; pero hacer el sexo contigo es sentir las vibraciones directamente de lo celestial. Es entendernos físicamente hasta alcanzar un deseo profundo e íntimo; no es una cosa rutinaria, es más que puras palabras”.

Si por alguna razón, en un día soleado, tu cuerpo comienza a sentir sensaciones y dolores extraños, no te preocupes, es que estas cambiando.

Estuve intentando convencer a Jhoanna de estar conmigo. Las últimas palabras que recuerdo haber pronunciado anoche fueron:

“Jhoanna vamos. Estemos juntos. Tus padres no lo sabrán y verás como cambia nuestra relación. Vamos chica, no es un asunto de pudor o lo que sea, no me importa si eres virgen o no, estemos juntos y ya está. Mira, el sexo es estar en la cama, acariciarnos, besarnos, tocarnos en donde no es costumbre tocar; y por último conectar lo que se haya que conectar. Lo demás es pura gravedad. Vas y vienes, doy y das; vas buscando tu propio ritmo, hasta que todo se torna furia y desespero, entonces es cuando los gritos tuyos, porque debes gritar ¿No!, se confunden con los míos y así sucesivamente...

Hace unos años estuve con una de tus amigas, Karely, ella hizo cositas conmigo pero no llegué a sentir ese cosquilleo desesperante que me causa tan sólo tocar tu mano. Jhoanna si me vuelves mantequilla con tan solo tocar tu mano, cómo será alcanzar un terreno húmedo.”

Ya en casa, comencé a experimentar sensaciones de dolor en todo el cuerpo. Jamás había sentido algo así. Pienso que fue un dolor mágico, lleno de misterio, oculto entre los músculos y huesos de mi cuerpo.

Temeroso acudí donde al médico, el Dr. Rigoberto Báez, quien al cabo de unos minutos rompe el silencio: “Es extraño. Tienes las glándulas estimuladas y estás experimentando un cambio general en la fisonomía de tu cuerpo. Como explicarte el asunto, bueno chico tu cuerpo se está convirtiendo en una masa amorfa, oscura y peluda. Haremos exámenes más exhaustivos para determinar qué te sucede. Espera un momento”.

No pude esperar, huí del consultorio y me fui a refugiar donde Jhoanna, si algo me estaba pasando tenía que estar con ella antes de que fuera inevitable compartir.

“Amor mío estoy desesperado. Vamos, Jhoanna estemos juntos. Hagámoslo de una buena vez. Si temes por quedar embarazada no te preocupes, ya aprendí a usar los condones. Conozco lo que vamos hacer. Jhoanna no pasará nada, sólo seremos tú y yo, amándonos, dejando brotar nuestras emociones. Si te decides ya, hoy mismo te estaré llevando a los confines del paraíso del amor.”

No atendiendo a mis suplicas, intenté una última carta, esta vez me fui con todo:

“Te recuerdas de Fabiola, la hermana de Amparo, bueno ella estuvo conmigo y no le pasó nada. Usé preservativos, le hice cositas divinas y quedamos como amigos. Hoy ella tiene su novio y es feliz en la relación, parte por lo que yo le enseñé y por lo que le ha enseñando su novio”.

“...Y de Eliana, la catirita del frente de la casa de doña Paola, bueno ella también estuvo conmigo e hicimos el sexo de una manera tan segura que ni la virginidad la perdió. Si, no te asombres. Ella me dijo que era virgen y que deseaba mantenerse así, por lo cual yo le propuse que lo hiciéramos por detrás. Al principio ella le dio mucho miedo, pero fue entonces cuando yo la guié cómo debía prepararse el ano para poder tener relaciones. Antes que nada que cada vez que se bañara se fuera introduciendo sus dedos, enjabonados por supuesto, uno a uno hasta lograr introducir tres dedos al mismo tiempo. Por la noche debía untarse vaselina en el ano y durante el día una crema humectante. Todo esto por un espacio de tres semanas. Al cabo de ese tiempo hicimos el amor y ella lo disfrutó placenteramente.”

Jhoanna no quiso atender mis intenciones, es así como marché sin rumbo en el gris asfalto. Caminé por horas. Al tiempo caí de rodillas y me di cuenta que no tenía piernas, sólo un manojo de carne putrefacta. Estaba consumiéndose mi cuerpo y no podía hacer nada para evitarlo.

Pasado unos días despierto del estado de animación suspendida en que me había dejado la impresión y logro visualizar un espacio blanco, repleto de hombres con tapa bocas. Todos me observaban. Hasta que uno preguntó: “ Tú eres el ser más hermoso que hallamos visto. Eres una preciosa criatura que nos tenías preocupados. ¡Bienvenido!”.

Aplausos y hurras se dejaron oír. No sabía qué estaba pasando. Temeroso pude moverme y acercarme a un espejo: allí estaba yo, con facciones de un niño en brazos de su madre. Pero cómo pude moverme a voluntad si quien me sostiene es otra persona. Difícil dilema. Lo cierto era que estaba amalgamado a esa mujer en pensamiento. Sucedió lo que temía en mis pesadillas, que llegara de nuevo a nacer sin completar mis intenciones con Jhoanna. Pero eso sí, de que en esta nueva vida lo logro, que lo logro.


“LL”



¡ Una copa más! Del fondo un hombre de camisa azul se deja oír en la barra del burdel. Las voces susurran y el humo del cigarrillo da tonos grises a las luces intermitentes del escenario. Se presenta la diosa del amor nocturno: Esmeralda.

El mesero nos dice que es prudente que nos ubiquemos en una mesa, puesto que a los que están en la barra las chicas acostumbran, en especial Esmeralda, a incluirlos en el show. No pusimos atención a lo sugerido, deseando compartir con los presentes un poco de egocentrismo barato.

El sexy-show comienza y efectivamente Esmeralda se acerca y hace ademanes entre mis piernas. Todo lo demás fue parte de la alegría de la presentación y al culminar le invito una copa. Ella acepta pero me pide que la espere en una mesa, a solas.

Conversamos largamente. Más que de hablar de sexo y lujuria, charlamos acerca de su vida y su suerte. Dijo que tenía tres hijos y que aún estaban en edad de escuela, que había tenido cuatro hombres en su vida y que la experiencia no era placentera. La prostitución ha significado para ella una posibilidad y una válvula de escape. Posibilidad porque logra conseguir sustento para su familia y ello le da escuela y techo a los suyos; válvula de escape, porque entre copa y sexo, va olvidando las huellas amargas de quienes amó y le traicionaron.

Le pedí que estuviera conmigo pero no esa noche sino al amanecer. Yo la iría a buscar para compartir otro tipo de experiencia. Aceptó y nos citamos a las nueve de la mañana.

Salimos por las calles de Guanare, paseamos por la carrera quinta, vimos negocios, vendedores ambulantes, cositas de aquí y de allá. Aproveché el paseo para llenarla de obsequios. Esmeralda es una catirita linda, de ojos azules profundos y de unos veinticinco años. Para ella es una desgracia tener atractivo femenino. “Desde que nací, decía, no se me ha acercado nadie para tratarme como una niña o como una mujer. Todos los hombres que he tenido enfrente quieren unísonos una sola cosa: acostarse conmigo”. Primero lo hizo su padre, quien la violaría a los ocho años; luego su tío y su primo, y así pare de contar. El último hombre la llevó a los burdeles, le obligaba a acostarse con él y las prostitutas de turno. La golpeaba. Mucho la golpeó. Es por ello que cuando decide irse e independizarse no conocía otro mundo que no estuviera en los contornos del burdel. Conocía más de fichas que de dinero. Aprendió el significado de los tres platos y se hizo adicta al agrio sabor del licor. Consumió drogas, marihuana, por medio de un cliente y últimamente estaba chupando chimó como atractivo de un gandolero que casi la convence para irse con él, pero el precio era muy alto: “deja a tus hijos y te vas conmigo”.

Esmeralda tiene mucho corazón y muchos resentimientos. Seguimos nuestro paseo y ya en la tarde la llevé a conocer el parque “Los Samanes”, bella arquitectura recreativa que está en el corazón de Guanare. La frescura del viento y el leve calor de la tarde hizo que nos excitáramos un poco.

Me susurró al oído: “Quiero complacerte...” Okey cariño, pero quiero otra cosa de ti. “¿Qué?”. Tu excremento. “ ¿Cómo!” Deseo que defeques en mi cuerpo mientras me masturbo. Nadie me ha complacido esa fantasía, la deseo y es por ello que me cuesta tanto acercarme a una mujer.

Como voraz sombra la figura de Esmeralda se levanta y me llama obsceno, enfermo... Se lanza al camino y me deja boca abierta puesto que llegué a pensar que siendo una mercenaria del amor al menos de ella podía obtener comprensión.

Pasados unos días volví al encuentro con Esmerada. Le pedí disculpas y le expliqué que al igual que ella yo era victima de un maltrato ocasionado por una doña que desde joven me enseñó a mantener relaciones de esa forma. Yo no conozco, le decía insistentemente, cómo hacer el acto sexual normal y sin tantos adornos de fantasía. Me comprendió sin mediar palabras y se propuso ayudarme.

Al entrar en la habitación Esmeralda cubrió mi cuerpo de besos, me fue amando, a su manera, creando en mí sensaciones nuevas. Su lengua ocupó todos mis espacios. Por primera vez sentía sensaciones y lujuria de una manera diferente. Las manos tejieron entre los dos un vínculo único. Me hizo suyo y en pequeños retazos yo la fui haciendo mía.

Repetimos la experiencia en más de una ocasión. Iba y nos retirábamos al cuarto a estar juntos. Pero con los meses fue despertando en mí otras actitudes, otros deseos; otras visiones...

El cuerpo fue cambiando. Las rústicas manos se volvieron sensibles y la tez de la piel se tornó rosada y lozana. Mis tetillas se hicieron erectas y el pene se fue contrayendo. Sólo quedó el rostro con apariencia masculina, el cuerpo era en su totalidad de una doncella. Esmeralda sabía lo que estaba pasando, pero pasaría un tiempo para que me indujera al respecto.

Al cabo de un año de relaciones normales Esmeralda un buen día desapareció. Se fue con sus hijos y sus vestidos de estrellas. Nadie supo a dónde ni por qué.

Quedé con la trasmutación de cuerpo de sirena y cara de hombre. Pensé que algo tenía que ver su lengua, pero no me atrevía a explorar en el entorno por temor a lo que dijeran de mí.

No pude seguir ocultando el desespero de tener cuerpo de mujer sintiéndome hombre. Es así como me hice una cirugía y me cambié el rostro, tornando mis facciones a las de Esmeralda, porque aún conservaba de ella una foto estudio.

Dado que nunca me sentí mujer inicié mis pericia como tal siendo lesbiana. Mi sexo se había achicado tanto que se notaba como un gran clítoris y no como protuberancia de pene. Me hice amante de una oficinista. Traté de reanudar mi vida desde otro cuerpo y otras sensaciones. Sentía que estaba pagando una deuda y por ello sollozaba en silencio.

Pasados varios años, ya con una vida formal de pareja lesbiana, me encuentro con Esmeralda en la terminal de pasajeros. “Hola belleza”, le digo. ¡Ah! Cómo estás. Menos mal que nos encontramos te debo una explicación. “Tú dirás” le increpo. Mira yo soy quien te he dicho que soy, pero hay un detalle que faltó agregar y es que no pertenezco a este mundo. Soy extraterrestre. Vengo de más allá de esta galaxia y nuestra raza se caracteriza por transformar todo aquello que lamemos en nuestros más acariciados deseos, por ello al intentar dibujar en ti otras sensaciones con la lengua, dibujé lo que a mi gusto es lo más bello y hermoso: la Mujer; soy lesbiana en el sentido sexual de la raza humana y por ello el resultado contigo fue tan desastroso. Me da pena pero qué puedo hacer. La única salida es que te dejes lamer por alguien del sexo masculino con tendencia homosexual, que al hacerlo sienta el deseo de transformar tu cuerpo en masculino.

Pienso un momento la opción que me da Esmeralda. Tengo la alternativa racional y la del instinto, aquella me dice que es factible la salida, esta me hace un llamado, indicándome que es mejor malo conocido que bueno por conocer. En el fondo disfruto más el sexo que antes. A esta altura, tengo que pensarlo, le pido que me dé tiempo, no puedo actuar sin considerar primero que a la Mujer que amo le gusto como soy y no como es mi esencia.
¿ Quién ha dicho que la vida tiene circunstancias completas?



“M”



Recompenso mis ideas y voy inventando un pensamiento que se haga menos triste y más visionario. Influir en los semejantes es un asunto de heridas y de búsqueda. Jamás alcanzamos sucumbir los perímetros de la indolencia y culminamos siendo bestias, asesinos, miserables...

Como catedrático me tocó dictar una Conferencia en la Universidad de Los Andes. El tema debía enfocarse hacia la crisis de los paradigmas y las nuevas propuestas en el ámbito del pensamiento contemporáneo. Comencé diciendo...

“El pensamiento Sistémico se comporta ideal ante los cambios y transformaciones, puesto que su razón de ser es entablar relaciones entre las partes y crear holísticamente un conducto de interpretación del todo, como concepto base para diseñar estrategias. Sin embargo, y ello es nuestra opinión personal, consideramos necesario estudiar algunas de las partes por separado para apreciar en su dimensión real la situación de una organización en un momento determinado.”

De reojo miraba a la audiencia y veía en sus caras el connotado aburrimiento hacia mi intervención, sin embargo proseguí...

“La idea de los Paradigmas y su crisis es un elemento de alcance epistemológico y metodológico que ha tomado por asalto la preocupación de los academicistas. En el plano epistemológico encontramos tres referencias a describir : lo Analítico, que sobrevalora el conocimiento a los hechos; lo Dialéctico, en que lo real está inmerso en las contradicciones; lo Sistémico, en que la realidad es vista bajo una concepción sistemática en donde la integración de elementos cumple funciones y configura estructuras...” Acá hago un alto para tomar agua y veo con asombro que el Director de la Escuela de Letras hace expresivo un bostezo cargado de humedad. Apresuro mis palabras y sigo:

“En el plano metodológico encontramos las mismas tres referencias pero con valores distintos : lo Analítico, propiciando la utilización de un método; lo Dialéctico, la valoración del método histórico como fuente de cosmovisión de la realidad; y lo Sistémico, metodología que busque el significado de la función que anima a la organización como tal. Acá se resume el alcance y trayectoria de una visión renovada del paradigma moderno, puesto que el enfoque post-moderno va más a la acción en bruto, sin valoración de metodologías que lo sustenten.”

La conferencia continúa sin más intervenciones que mis esporádicas pausas y culminada se me aproxima una hermosa joven. “Profesor, me dice, su punto de vista es interesante, pero quisiera probar una teoría al respecto”. Diga cuál. “Si es capaz de violentar la gravedad sin estropear los valores de la naturaleza”.

La joven desapareció entre los invitados y no supe más de ella. La pregunta fue un estupendo acertijo y me hizo pensar mucho, pero los tragos de la noche permitieron que volviera a mi condición primitiva de hombre. Dejé de darle vueltas al asunto.

La juerga se extendió hasta la madrugadas. Alumnos y profesores nos confundimos en la vida nocturna de una ciudad que casi no tiene prostíbulos, ni bares de mala muerte, sino que por el contrario es en su totalidad un gran festín. Estuve en tascas, areperas, cafés, entre otros; hasta que volví en mí en la madrugada, encontrándome en el banco frío de una vieja plaza. La ebriedad estaba en su etapa máxima y como pude tomé fuerzas para irme al hotel. De las sombras de la calle aparece la figura de una dama vestida elegantemente. Toma mis manos y las lleva a su pecho. Siento, a pesar de estar tocando sobre su ropaje, que acaricio directamente sus rosados senos. Eran duros, fuertes y vibrantes. El rostro estaba cubierto por la neblina. Fuimos al hotel. Estuvimos juntos. Al amanecer volví en mí y vi concretamente quien me acompañaba: era un pastor alemán hembra. Echado en silencio lo cubría ligeramente las sábanas. “¿ Cómo es posible que hiciera el amor con esa bestia?”

Esperé a que despertara el animal y le convidé con gestos a que saliera de la habitación. Se fue sin darme problemas, con la cola baja y caminar pausado. “¡Dios mío qué había hecho!”

Por unos días callé la aventura y en los pasillos de la Universidad me encuentro con Alberto, escritor y viejo amigo. Le comento lo sucedido. De inmediato me responde: “...poeta usted ha violentado la gravedad y . quizás sin querer, usted esté estropeando la naturaleza”. Cómo ¿de qué manera! “Muy sencillo querido poeta. Usted tuvo una visión sensual y seductora. La pasó bien y listo. Si en el lugar de esa perra usted hubiese encontrado una linda musa no estuviera dándole tanto a la cabeza. Acepte que algo extraño sucedió, pero no ensucié su mente pensando que no tuvo que pasar. Pasó, disfrutó y ya. ¿ A quién importa bajo qué condiciones eso se dio?”

El tiempo dirá si la experiencia fue una conquista más de la vida o una señal en el inmenso laberinto de nuestra imaginación.


“N”


Tengo temor de escribir. Pienso que cada palabra pueda tener el peso destructivo que me hace sentir tan miserable. Ayer no más, estuve contemplando el horizonte bajo el sigilo asfixiante de los vientos de lluvia. Recordaba aquellos días de invierno cuando acariciaba los sueños de una juventud tumultuosa. Vivía los espacios y el tiempo apresuradamente, quería crecer, tener pies grandes, bigote, voz ronca...Quería tener acceso a los diálogos de los adultos.

Hoy viene al recuerdo las sombras de las matas reflejadas en el muro del patio, observando los folletines de publicidad de ropa interior femenina con los cuales me entusiasmé y probé la euforia de la masturbación. Las imágenes semi-desnudas de los dorsos de aquellas modelos, me enseñaron que dentro de mí había escondido un vendaval de placer y gusto. En aquellos días muchas cosas fueron descubriéndose en aquel espacio limitado de mi entrepierna...

Corría la década del setenta y el siglo XX se debatía en una Guerra Fría que cada vez exigía más dinero para mantenerse alerta y en la expectativa, puesto que lo que se estaba jugando era el dominio del mundo; la capacidad de decisión entre el bien y el mal.
Los hombres (en pluralidad de sexos) hemos sido dependientes de un líder, de un sobresaliente loco que nos diga qué hacer con nuestro tiempo y nuestros flujos creativos. Un sobresaliente loco que esté dispuesto a apostar su vida a favor de una causa, por muy descabellada e irrealizable que aparezca. Así tuvimos a un Gandhi, a un Che Guevara, a un Martín Luter King, entre otros; arquetipos de individuos que buscan representar, en forma de síntesis humana, las aspiraciones y temores de las mayorías. Cuando el mundo era apenas un centenar de tribus hostiles, ese líder, ese Mesías no pasaba de ser la cabeza de la manada, pero en la medida en que las tribus se convirtieron en pueblos y ciudades, el sobresaliente loco empezó a exigirse más y buscó en el poder un escenario ideal para suicidarse.

Mis días de masturbación hicieron que me convirtiera en un hombre sensible. Aprendí a callar ciertas cosas y a percibir lo que ocurría cuando en el rostro de mis padres se dibujaba un mapa de incertidumbre.

Al entrar en esa etapa dura de la adolescencia, fue gracioso y simpático todo lo que viví. Tenía una novia extremadamente complaciente. Morena acanelada, de cuerpo torneado, con la piel tan suave como la de un niño y con olores persuasivos. Nuestro primer encuentro entre las sábanas fue traumático. No estaba preparado para tantas sensaciones. Pude corroborar lo dicho años atrás por mi buen amigo Alejandro: “las relaciones sexuales rompen el velo del misterio entre las parejas y los coloca en un mundo terrenal, el cual a su vez hace descubrir en cada uno el deseo de posesión”.

Mi padre fue un ser dado al cariño y al apego, pero en la medida que fui necesitando su atención más de amigo que de padre, recibí imposición y delineamientos de carácter. Se fue haciendo el muro entre dosis de respeto y acalorisados desenfrenos de temperamento. Esto me aisló de él en esa búsqueda por hacer llegar hasta sus últimas consecuencias la razón de vida del oficio tormentoso de la palabra.

De mi padre, valga la descripción de Nietzsche, es uno de esos seres bondadosos y mórbidos que nacen para pasar inadvertidos, predestinados a no ser más que un débil recuerdo insignificante. Yo, sin embargo, me he convertido en un neurótico, un ser con pesadillas, desquiciado; temeroso, violento, angustiado y categóricamente antihumano.

Desprecio al hombre, no por ello a la vida; soy parte de una raza que no converge con mis ideas, no soy de esta época y por consiguiente no pueden identificarme con la sociedad y sus vicios. Tengo mis propias cadenas y a ellas remito mi existencia.

miércoles, 5 de agosto de 2009

Visión Crítica HACIA UNA HISTORIA DE LA LITERATURA EN PORTUGUESA






Definitivamente escribir es un sacrificio. Hilar fino las palabras no es una tarea de todos. Quizás acá si tengamos que mencionar que existe una “oligarquía”, unos elegidos, los cuales tienen como única voluntad expresar a través de la “grafía” (signo o conjunto de signos con que se representa un sonido o la palabra hablada), sus vivencias, sentimientos y, por qué no, sus decepciones.

La historia de literatura en Portuguesa está dispersa en rotativos regional y nacional; hay gran centímetraje de frases que buscan informar acerca de lo que se está haciendo en Portuguesa. En un tiempo fuimos el centro de atención cultural de los llanos; Guanare, capital del estado, llegó a tener activos dos ateneos y, por si eso fuera poco, a condensado en su fuero geográfico figuras de la talla de Rafael Roberto Gaviria, Víctor Heredia Ángulo, Alfredo Gómez Álvarez, José La Riva Contreras, entre otros. Es decir, hay referencia universal de pensadores, intelectuales, hombres comprometidos con el oficio escritural.

Pero acerca el proceso histórico de la literatura en Portuguesa poco se ha escrito. Se nombran figuras pero no así una visión estructural de cómo la escritura ha evolucionado. Por supuesto es una tarea de investigación minuciosa y la cual, a título muy general, nos hemos atrevido a emprender, convencidos eso sí, en que esta actitud estimulará a expertos en el área a seguir explorando y dando respuesta al fenómeno literario en Portuguesa.

La literatura regional, de la cual el poeta Luis Durán Rodríguez se ha atrevido a proponer como un curso de extensión para las escuelas (por supuesto, debidamente engavetado por las autoridades), tiene sus raíces a comienzos del siglo XX, con la llegada a Portuguesa de un contingente de médicos y abogados que trajeron lecturas de los clásicos y motivaron a la muchachada rural de la región a imitarlos. El primer encuentro fue de imitación. De aquellos grupos aparece la figura de Víctor García Sereno quien inspirado en los escritores franceses delinea una obra poética existencial de gran valor y cuantía; el otro tiempo correspondió a la crónica. Los textos españoles que hablaban de las conquistas y del poblamiento del nuevo mundo, se sumó al interés por escribir la historia regional. Esa excusa valió en razón de que no sólo se retrató las bondades de Portuguesa, sino que se inició un oleaje hacia el costumbrismo y las voces autóctonas de “la sabana” hicieron lo suyo promoviendo la glosa, las leyendas, los cantos alegóricos a lo local. Allí la figura de García Sereno también luce pero vendrá acompañada de voces como las de José La Riva Contreras, José Cheo Ramírez, José Joaquín Burgos, Manuel Pérez Cruzzatti, Alfonzo Rivas, Alfonso Palacios, José Raúl Escalona, entre otros. Ya en el nuevo tiempo la figura de Yorman Tovar, Luis Mendoza Silva, Evelio Pérez Cruzzatti, Ángel Márquez, Simón Olinto Bastidas, Tirso Linarez, hoy fallecido, Dámaso Delgado (autor de la leyenda “El Silbón”) y Carlos Gudiño, toman la batuta. Manuel Graterol Santander, “Graterolacho”, si bien figura como una de las voces calificadas de Portuguesa en el subgénero de la glosa, no es menos cierto que aparece bajo el estigma de una cofradía algo aislada de ese dolor de parto que ha sido escribir desde la región.

En una visión general, la literatura en Portuguesa ha tenido un despertar hacia el academicismo literario, el cual es una combinación de crónica con ensayo riguroso, buscando contar una historia pero guiados por la norma y la estructura ideal de los antecedentes. Aquí surgen como voces calificadas Víctor Heredia Ángulo, Rafael Gaviria, Víctor García Sereno, Alfredo Gómez Álvarez, Alexis Márquez Rodríguez, Mercedes Jiménez Galera, Manuel Pérez Cruzzatti, Evelio Pérez Cruzzatti, Miguel Ferrer Viera, José Joaquín Burgos, Antonio Cañizales, Eddy Ferrer Luque, Wilfredo Bolívar, Ramón E. Azócar A., entre otros. Personalidades que han dado un sentido histórico de vanguardia en los estudios de la crónica en el campo académico.

En la actualidad se ven afluentes de diversos géneros que alimentan un solo río: Portuguesa; nunca antes “Zazaribacoa” había contado con un contingente de escritores de primera línea. Desde la poesía costumbrista hasta la poesía moderna surrealista; desde la crónica aguda de carácter histórico-vivivencial, hasta el ensayo riguroso académico; desde el cuento grotesco y fabulado, hasta la novela existencial. Las figuras en poesía de Silvio Hernández, Jesús Pérez, Elys Rivas, Lenin Linarez, José Córdova Pacheco, Carlos Gudiño, entre otros; así como la ensayística y la narrativa de Tomás Jurado Zabala, Job Jurado, Eliécer Ramírez, Máximo Estévez, Julio Romero Parra, entre otros; dan cuerpo a un grupo de intelectuales y pensadores que, a pesar de tener el gran obstáculo de no poder publicar (no hay recursos para la Cultura, esa es la trágica verdad), fomentan y estimulan la lectura a través de sus temas apasionados, fabulados y vivivénciales. Acá valga destacar la labor que hizo la Editorial Urúa, la cual, a pesar de la crisis, se mantuvo en un sitial relevante en la difusión del libro y de sus exponentes portugueseños.

El espacio nos ha quedado corto para hablar de otro género que tiene que ver con la literatura y que en Portuguesa tiene gran presencia. Nos referimos al teatro. La evolución del teatro en Portuguesa amerita un tratamiento más exclusivo, puesto que es mucha la historia que se ha de contar. Sin embargo, destacamos las figuras de Domingo Araujo Jiménez (fallecido), Carlos Arroyo, Lenny Bozo, Tomás Jurado Zabala, entre otros; quienes no sólo se han valido de la escritura para inmortalizar piezas de teatro, sino que han llevado por el mundo la escenificación de las mismas, convirtiendo a Portuguesa, más allá del “charco”, en una modelo a seguir para las nuevas generaciones europeas.

Igualmente se nos queda en el tintero el asunto de los Derechos de Autor; es un tema delicado que amerita un tratamiento particular, el cual lo haremos en su momento, pero que es pertinente dejar la idea de que lo formado y creado por una persona tiene derechos y esos derechos han de ser preservados, al menos por el Estado, para asegurarle al creador vivir con dignidad y poder producir más. En Venezuela son contados los escritores que hacen valer este derecho; en Portuguesa son casi todos los que nos dejamos (por ignorancia y por ausencia de jurisprudencia) consumir por grupos de interés que valiéndose de nuestros deseos por ver materializadas nuestras ideas en formato de libro, asumen la inversión y exprimen el jugoso néctar literario. La literatura si da dinero, pero cuando se tiene una institucionalidad que preserva los derechos de sus escritores.

¿Qué lamentamos los escritores que hacemos vida en Portuguesa? La falta de atención y oportunidades de trabajo; se nos han cerrado los espacios y un ejemplo de ello fue el Festival Internacional de Poesía: no hubo una formal convocatoria a los creadores locales. Tenemos, eso sí, que agradecer profundamente a la Editorial El Perro y La Rana, quienes nos han dado un apoyo incondicional tanto a producciones literarias particulares como al trabajo integral-cultural que desarrollan grupos como el Taller Experimental para las Artes.

Testamento

















Por: ALIRIO PULGAR

Para tú corazón tengo el cuenco de mis ojos,

para tus labios una colina ebria de tucusitos,

y tus senos, en tus senos la gota cristalizada

de la molienda, allí descansará mi lengua

como el cuerpo de Argentina en el océano.

Sobre tú ombligo y tú pubis mis silenciosos

pétalos deslizan y sonríen...

Ya sobre tus piernas y tus pies van mis suspiros

correteando en el éxtasis de mi vida...

Es todo lo que tengo, amor y no se si lo

gané o lo perdí en fracciones de segundo.