lunes, 31 de agosto de 2009

William Ospina, tatuado por el Descubrimiento


Un ensayista es alguien que teniendo un discurso florido lo sistematiza y le da coherencia; pero en esencia lo que se mantiene es su discurso florido. Ese es el caso, sin dudas, de William Ospina (Colombia, 1954).
Cuando en la versión del 2009, del Premio Internacional Rómulo Gallegos de Venezuela, supe que lo había ganado Ospina, no me causó extrañez, sino recordatorio. Recordatorio de que todo lo que se construye con trabajo y dedicación será reconocido. Y es que desde finales de los ochenta hemos venido escuchando de Ospina. Primero como ensayista académico, preocupado por la historia y la crónica; luego como poeta, o casi al mismo tiempo que ensayista, y ya en su madurez intelectual como novelista.
El Ospina que conozco (no personalmente, sino a través de su obra), es un hombre preocupado por descubrir esas líneas difusas que dejan en la historia de los pueblos hombres que ya sea por su gallardía o por su crueldad, influyeron en la cotidianidad de despojo y maltrato a una de las culturas más ricas de la civilización humana, la cultura mesoamericana (término aplicado al centro y el sur de México y zonas adyacentes de América Central).
Así aparece el interés de Ospina por Juan de Castellanos, uno de los exploradores más jóvenes que vino en el proceso de conquista; y de Pedro de Ursúa, otro aventurero que entendió el nuevo mundo como un espacio fértil para expandir la cultura europea.
Para ser un lector contemporáneo de Ospina es necesario concentrarse en dos lecturas principales: “¿Dónde está la franja amarilla?”, opúsculo de 1997 (la editorial Norma tiene una edición de 1999 del texto) en el cual el autor muestra su posición social, cultural y política, acerca de la realidad colombiana y hace extensivo un llamamiento a la dignidad cultural de los pueblos americanos para resguardar por encima de la violencia y el delito, la condición latinoamericana de pueblos libres, solidarios, portadores de la paz. Bien expresa Ospina: “…Yo sueño un país donde tantos talentosos artistas, músicos y danzantes, actores y poetas, pintores y contadores de historias, dejen de ser figuras pintorescas y marginales, y se conviertan en voceros orgullosos de una nación, en los creadores de sus tradiciones. Todo eso sólo requiere la apasionada y festiva construcción de vínculos sinceros y valerosos. Y hay una pregunta que nos está haciendo la historia: ahora que el rojo y el azul han dejado de ser un camino, ¿dónde está la franja amarilla?...”
La otra lectura, para adentrarnos en el pensamiento de Ospina, es el ensayo “Las auroras de sangre”; originalmente de 1998 (con reediciones 2007 de la editorial Norma), es un estudio acerca del texto de Juan de Castellanos “Elegías de Varones Ilustres de Indias”; narración de los hechos de la conquista en los primeros lustros del siglo XVI, en 113.609 versos endecasílabos. Ospina no sólo hace un estudio hermenéutico al poema, sino a algunos episodios en la vida de Juan de Castellanos, sobre todo lo que tiene que ver con el uso del género poético en una época que no tenía ni idea ni lenguaje, para nombrar el paisaje del nuevo continente. El subtítulo del ensayo es descriptivo de la intencionalidad de Ospina: “Juan de Castellanos y el descubrimiento poético de América”.
Estos dos ensayos preparan al lector para enfrentar el trabajo novelesco de Ospina; es como un conocimiento base que nos da las coordenadas en razón de las cuales se ha de leer a Ospina.
Su primera novela nos llega en el 2005 y está retratada en razón de los acontecimientos que rodearon la vida de Pedro de Ursúa, quien muere en manos de Lope de Aguirre; a Ursúa lo envolvió el fantasmas del continente y lo convirtió en piltrafa, en parte de esos seres dolientes (como expresa Alberto Hernández, 2008) que sacrificaron hasta a los amigos.
Luego, ya en el 2008, aparece “El país de la canela”, con la cual envuelve el imaginario aborigen en una suerte de tratado filosófico en el cual se busca responder cuál es la identidad americana que nos corresponde. La novela comienza dando la imagen de que uno se acerca a esas historias montado en los barcos de la conquista, hechos de madera y acero, a través de la niebla: “La primera ciudad que recuerdo vino a mí por los mares en un barco….”
De esta novela viene ya desandando la tercera (algunos críticos hablan de una trilogía), la cual con el nombre de “La serpiente sin ojos” saldrá a finales del 2009, como expresión culminante de una primera gran etapa de creación y reflexión acerca de lo que significó, peor aún, significa, el proceso de conquista y transculturización, al que ha sido sometida América.
Retomando palabras del profesor Hernández, en su ensayo “Ursúa, de Ospina”, la tragedia de este conquistador fue no comprender el mapa del Nuevo Reino de Granada, diseminado entre unos aguerridos habitantes que enfrentaron la invasión. En su lenguaje característico Ospina nos cuenta: “Más de una vez lo oí repetir esa lista, como se repite una oración o un cuento de infancia. Allí estaban los urubáes, que cambiaban mujeres por oro; los guazuzúes, que habitaban en lo espeso de los bosques; los nitanes que tejían delicadas telas de algodón ; los cuiscos, que hacían cuencos de arcilla roja con forma humana; los araques del Sinú, que cebaban cerdos salvajes; los péberes, famosos por su oro y por sus esclavos; los tatabes del cerro blanco, que habitaban con sus familias en lo alto de los árboles; los uramas de la sierra de Abibe, que tenían templos en la montaña; los poderosos guacas de largas mantas de colores, gobernador por los hermanos Nutibara y Quinunchú, altos y ausentes con sus diademas de oro y de plumas (…) los belicosos nare, que se enterraban en túmulos y eran los dueños del sol de las profundidades…”
Hoy, más que ayer y aún más que en el pasado, el volver a comprender el proceso de conquista y descubrimiento, nos coloca en un lugar privilegiado de la historia. Tenemos el tiempo preciso para ver en retroproyectiva de dónde venimos y hacia dónde nos dirigimos. Dificulto que la meta siga siendo Occidente; mucha agua ha pasado por debajo del puente. Hay una cultura real que por encima de las culturas impuestas va reclamando su espacio. Es un asunto de naturaleza humana no de resistencia. Con las indagaciones de escritores como Ospina, vemos con esperanza ir descubriendo ese tatuaje que nos marcó desde que éramos Australopithecus africanus, hasta el homo sapiens confundido que deambula por las laderas, los bosques, los sueños…

No hay comentarios:

Publicar un comentario