miércoles, 4 de agosto de 2010
Ensayo (presentado por Ramón E. Azócar A. en UNELLEZ-Barinas, 2010)
Ética y Moral en el pensamiento emancipador latinoamericano
La justicia pide códigos capaces
de defender los derechos y la inocencia de hombres libres…
Simón Bolívar
(Mensaje del libertador al Congreso
Constituyente de Colombia, el 20 de
enero de 1830, día de la instalación
de aquel cuerpo)
(1)
Por ética se ha de entender la elección de la conducta digna; el término como tal viene del griego ethika, de ethos, que significa carácter, comportamiento, costumbre; para el filósofo español José Ramón Ayllón, por ética, desde el ámbito académico, se ha de entender un área de conocimiento de la filosofía que estudia la conducta moral del hombre, en razón del uso correcto de la libertad, orientada a la consecución de virtudes. En una palabra, reconocer los principios o pautas de la conducta humana, a menudo y de forma impropia llamada moral (del latín mores, costumbre) y por extensión, el estudio de esos principios a veces llamado filosofía moral.
Aunque en un sentido estricto, moral se refiere a la conducta colectiva aceptada por la sociedad para asegurar cierta armonía en la convivencia en sociedad, y ética es la conducta digna que cada persona asume ante esos preceptos morales del colectivo, es decir, hacer valer la frase “mi libertad termina donde comienza la de otro”.
La ética es una ciencia normativa, porque se ocupa de las normas de la conducta humana, determinando la bondad de esa conducta de acuerdo con algunos tipos de conducta buenos en sí mismos o buenos porque se adaptan a un modelo moral concreto.
En ética es necesario considerar un valor final, o summum bonum, deseable en sí mismo, no sólo como medio para alcanzar un fin, sino como principio para integrarse con la naturaleza. La ética parte de tres modelos de conducta principales: la felicidad o placer; el deber, la virtud o la obligación; y la perfección, como el más completo desarrollo de las potencialidades humanas. Y ese valor ético se reproduce en el legado del cristianismo materializado a través de la fe. La fe, nos dice José Ramón Ayllón, es una forma de conocer que no se apoya en la evidencia de lo que se ve, sino en la credibilidad del que ha visto lo que nosotros vemos;...es la razón quien cree, la misma razón que resuelve un problema matemático, hace una valoración estética o emite un juicio moral; y esa fe se traduce en una causa final: creer en la voluntad colectiva como causa primera para vivir en felicidad.
La ética busca, en esa causa final, la satisfacción en la vida con prudencia, placer y libertad; una persona que carece de motivación para tener una preferencia puede resignarse a aceptar todas las costumbres y por ello puede elaborar una filosofía de la prudencia; bajo esta idea, la persona vive en conformidad con la conducta moral de la época y de la sociedad. En este punto hablamos de una ética situacional, la cual se presenta en razón de un tiempo histórico determinado, así como en espacios o circunscripciones identificadas con valores religiosos o espirituales.
El hedonismo, doctrina según la cual el placer es el único o el principal bien de la vida, y su búsqueda el fin ideal de la conducta, tiene que decidir entre los placeres más duraderos y los placeres más intensos, si los placeres presentes tienen que ser negados en nombre de un bienestar global y si los placeres mentales son preferibles a los placeres físicos.
La ética confronta distintos sistemas morales que se establecen sobre pautas arbitrarias de conducta, evolucionaron de forma irracional, violándose los tabúes religiosos o de conductas que primero fueron hábito y luego costumbre, o asimismo de leyes impuestas por líderes para prevenir desequilibrios en el seno de la tribu, entre otros. Las grandes civilizaciones clásicas egipcias y sumeria desarrollaron éticas no sistematizadas, cuyas máximas y preceptos eran impuestos por líderes seculares, estando mezclados con religiones estrictas que afectaban la conducta de cada egipcio o cada sumerio.
En el siglo VI a.C. el filósofo heleno Pitágoras desarrolló una de las primeras reflexiones morales a partir de la misteriosa religión griega del orfismo, la cual se basaba en una cosmogonía centrada en el mito del dios Dioniso Zagreo, el hijo de las divinidades Zeus y Perséfone, quien furioso porque Zeus deseaba hacer a su hijo soberano del universo, sus celosos titanes desmembraron y devoraron al joven dios. Atenea, diosa de la sabiduría, fue capaz de recuperar su corazón, que llevó a Zeus, quien se lo comió y dio nacimiento a un nuevo Dioniso. Zeus castigó después a los titanes destruyéndolos con su rayo y, de sus cenizas, creó la raza humana. Como consecuencia de ello, los seres humanos tienen una naturaleza dual: el cuerpo terrestre era la herencia de los titanes nacidos de la tierra; mientras que el alma derivaba de la divinidad de Dioniso, cuyos restos se mezclaron con los de los titanes. Según los principios del orfismo, los seres humanos se esfuerzan por librarse del elemento titánico, o representación del mal, propio de su naturaleza, y buscarían preservar lo dionisíaco, o divino, naturaleza de su ser. El triunfo del elemento dionisíaco se puede conseguir siguiendo los ritos órficos de purificación y ascetismo. Según esta religión, a través de una larga serie de reencarnaciones, los seres humanos se preparan para la vida después de la muerte. Bajo esta creencia de que la naturaleza intelectual es superior a la naturaleza sensual y que la mejor vida es la que está dedicada a la disciplina mental, se fundó una orden semirreligiosa con leyes que hacían hincapié en la sencillez en el hablar, el vestir y el comer, siendo uno de los primeros ejemplos de ética en el pensamiento occidental.
En el siglo V a.C. los filósofos griegos conocidos como sofistas, se mostraron escépticos en lo relativo a sistemas morales absolutos; estos sofistas se embarcaron en proponer juicios acordes a la realidad y trascendencia de cada uno de los espacios de la sociedad griega, así Protágoras enseñó que el juicio humano es subjetivo y que la percepción de cada uno sólo es válida para uno mismo; Gorgias llegó incluso al extremo de afirmar que nada existe, pues si algo existiera los seres humanos no podrían conocerlo; y que si llegaban a conocerlo no podrían comunicar ese conocimiento; Trasímaco, creía, por su parte, que la fuerza hace el derecho.
Ya en tiempo de Sócrates, la filosofía se tornó más humana, más adherida a la condición del hombre del obrar bien, del ser ciudadano; el punto de vista de Sócrates parte de que la virtud es conocimiento; la gente será virtuosa si sabe lo que es la virtud, y el vicio, o el mal, es fruto de la ignorancia; la educación, como aquello que constituye la virtud, fomenta en la gente una conducta conforme a la moral. La mayoría de las escuelas de filosofía moral griegas posteriores mantuvieron el punto de vista socrático, en donde destacan los cínicos, en especial el filósofo Antístenes, quien afirmaba que la esencia de la virtud, el bien único, es el autocontrol, y que esto se puede inculcar; esta escuela despreciaba el placer, el cual era percibido como personificación del mal. Se cuenta que Sócrates dijo a Antístenes: “Puedo ver tu orgullo a través de los agujeros de tu capa”. Los cirenaicos, por su parte, en especial Aristipo de Cirene, eran hedonistas y creían que el placer era el bien mayor y que ningún tipo de placer es superior a otro; los megáricos, seguidores de Euclides, propusieron que aunque el bien puede ser llamado sabiduría, Dios o razón, es ‘uno’ y que el Bien es el secreto final del Universo que sólo puede ser revelado mediante el estudio lógico.
(2)
El continente americano tiene una historia larga y una historia corta; larga, desde los orígenes del hombre americano, que ha estado impregnado de civilización he historia; y corta, desde 1492, tras el encuentro de dos mundos y el proceso de transculturización que marco a ese hombre americano con nuevos símbolos y valores, muy ajenos a su historia y pasado. Ese hombre alienado ha llegado al siglo XXI, con una carga de frustración y resentimiento que no consigue salida, salvo imponer la emancipación como proceso involutivo de esa transculturización europea-occidental.
La emancipación comenzó a inicios del siglo XIX en la América española, de la mano de figuras como Francisco de Miranda (venezolano, 1750-1816), Simón Bolívar (venezolano, 1783-1830), Simón Rodríguez (venezolano, 1771-1854), entre otros; como epicentros de un pensamiento ético y moral que reivindicara la estirpe americana y conquistara la libertad tantas veces lapidada por quienes desde la conquista, pasando por la colonia, quisieron destruir el alma y ánimo de nuestro pasado aborigen.
Es importante destacar que el término que amalgama la ética y moral en el pensamiento latinoamericano pre-independencista, es emancipación; la emancipación se presenta como la acción que permite a las personas deseosas de libertad y autodeterminación, acceder a un estado de autonomía al asumir conciencia de su lugar histórico y al imponerse, sea a la fuerza o a elementos de contradicción-dialéctica, al cese de la sujeción a alguna autoridad o potestad. Emanciparse es tomar control de lo que se “es” y de lo que se “ha sido”.
En un extenso estudio histórico-documental, del norteamericano Charles Mann (2008), titulado 1491, una nueva historia de las Américas antes de Colón, nos dice que “…los primeros pobladores del continente Americano tuvieron que llagar hace veinte mil años…” (p.37) Incluso hay hallazgos que los sitúan antes (descubrimientos arqueológicos en Chile, donde se encontraron artefactos manufacturados hace treinta mil años). Esto echa por tierra la tesis de que en el nuevo mundo no había sino salvajes muy reducidos, sin historia. El hombre ciertamente tiene su origen en África, pero ese hombre logró emigrar a otros territorios, y el paso entre América y Europa, llamado en un tiempo el estrecho de Bering, fue la extensión de agua que permitió unir, por Asia, a esos visionarios nómadas del neolítico; aunque hay teorías que respaldan la idea de que pudieron llegar por embarcaciones, lo cual se expresa muy bien de que quienes vinieron tenían un dominio de la técnica.
Según Mann (2008), el mito del “hombre salvaje” fue cultivado en los siglos sucesivos del Descubrimiento por historiadores y antropólogo; el más destacado de ellos, en el siglo XX, fue Allan R. Holmberg, quien convivió un tiempo con el pueblo Sirionó, o Mbía, pueblo indígena que habitaba en los bosques de las tierras bajas de Bolivia, al sur de Beni y al noroccidente de Santa Cruz , que se autodefinían como "gente", Mbía, en tanto sirionó les identificaba con un nombre foráneo que los refiere como pueblo de la palma siri, "tucuma" o "cumare". El estudio de este pueblo arrojó conclusiones que terminaron de distorsionar el carácter civilizatorio de los pueblos de América; destacando que eran indios culturalmente muy atrasados, sin historia; el error radica, expone Mann, en que el pueblo estudiado por Holmberg era un pueblo fugitivo, que andaba huyendo de otros grupos que lo maltrataban, por lo cual era pequeño y había perdido lazos de socialización.
Los pueblos de Mesoamerica tenían su nivel civilizatorio; lo que si podemos indicar es que para el momento del Descubrimiento había entre 90 y 112 millones de personas en América, más de la mitad de lo que había en Europa (claro está, este continente había pasado la peor de las pestes, acabando con casi toda la población de aquella época); el hundimiento de esos pueblos no se debió sólo al proceso de Conquista, sino que los enfrentamientos internos de las tribus, buscando el control del territorio y la imposición de la cultura precolombinas, fue acabando con buena parte de los nativos. A esta situación se unen las enfermedades traídas por los conquistadores y la búsqueda de un control impositivo por parte de ellos con el uso de la tecnología bélica. Las espadas y los cañones acabaron con la resistencia aborigen. Como expresa William Ospina (2007), había un enfrentamiento o choque “entre una cultura de la lengua oral y una cultura de la lengua escrita, entre la memoria y el libro”. (p.87)
En esta realidad, se va a dar uno de los primeros criterios morales de Hispanoamérica: la conciencia. Según José Ramón Ayllón (2001), la conciencia tiene dos acepciones, una psicológica y otra moral. La psicológica es la conciencia del reflejo, de verse así mismo en un momento histórico determinado; la moral, es la conciencia desde la capacidad de juzgar la conducta humana (p.139); partiendo de está capacidad de juzgar, los precursores del pensamiento emancipador venezolano iniciaron su periplo por los diversos pueblos de la colonia incentivando los valores de libertad, solidaridad e igualdad.
Se destacan en este aspecto, personalidades ya referidas al inicio, Francisco de Miranda, quien tuvo como objetivo promover la felicidad y la prosperidad en la América Hispánica; así como lograr el bienestar a través del develamiento de un verdadero carácter patriota que se inscribiera en la obediente a las leyes. El trabajo y la moral, constituyeron las líneas de su discurso ético, estableciéndolo como bases fundamentales sobre las que reposará el sólido sistema republicano de los Estados nacionales.
Le sigue Simón Bolívar, quien avizoró un proyecto anticolonialista de emancipación, con la idea de una República, la cual, a su entender, era el sistema político más adecuado para la nueva sociedad hispanoamericana; este sistema se fundamenta en el imperio de la ley (a través de la Constitución) y la igualdad ante la ley como la forma de frenar los posibles abusos de los más fuertes. En el marco de lo que sería su discurso ético, Bolívar concebía la virtud y el honor como valores supremos, y que una educación popular se encargue de fomentar estos valores para crear una conciencia republicana.
A Bolívar le llegó influencia de otro precursor del pensamiento emancipador, este fue Simón Rodríguez, cuya idea de una educación popular tenía que estar contextualizada con la construcción de una sociedad política donde la ley sea el fundamento a seguir y no así la barbarie, que había quedado como herencia colonial. Don Simón Rodríguez abogaba por un compromiso por la causa social, en el cual aparece implícito su discurso ético, gratinado de valores de amistad, fraternidad y solidaridad.
El legado de estas primeras ideas emancipadoras, lo continuó la figura de tres insignes latinoamericanos: José Martí (cubano, 1853-1895), con su ética de la resistencia, su anti-imperialismo, su discurso de integración y pedagogía emancipatoria, marcó el inicio ideológico de una conciencia revolucionaria a puertas adentros, no ya tanto contra enemigos extranjeros, sino contra los mini-imperios que quedaron en el continente, con la voracidad de aquellos conquistadores destructores de nuestra historia y civilización; José Mariategui (peruano, 1894-1930), vino a profundizar las ideas de revolución y a proponer el socialismo como sistema emancipatorio; y Julio Mella (cubano, 1903-1929), para quien el socialismo ideal tenía que estar amparado en las ideas humanísticas de Karl Marx (alemán, 1818-1883); también pregonó la necesidad de organizar el movimiento estudiantil como base de choque y resistencia para el proceso revolucionario.
Valga las palabras de Ritcher Antúnez (aporre.org, 14/06/05), para quien “el pensamiento de la emancipación de los pueblos latinoamericanos puede, por
ende, no significar otra cosa que el ideario de nuestros próceres independentistas apoyado en los paradigmas de las revoluciones francesas e inglesa, en aquella época donde se buscaba fervorosamente un camino para ser independientes de los imperios español y portugués; pensamiento que hoy aún está vigente, enriquecido por las ideologías emancipadoras y revolucionarias de los siglos XIX y XX, y que lucha por la ruptura de la asimétrica dependencia externa, así como por la transformación a fondo de las estructuras represivas internas que son el legado de medio milenio de
evolución truncada.”
(3)
La moral a la que nos refieren nuestros precursores, la pública, se orienta a la lucha por lograr un cambio en el sentir y el pensar de los ciudadanos de la República; una revolución social que encuentre espacio y relevancia como factor cultural en los ciudadanos; la moral se constituye en la primera herramienta para que el cambio pueda tener armonía y trascendencia en una sociedad manipulada y mediatizada.
Aquella sociedad del siglo XIX, pasó de trajes negros con gorgones, de los Austrias, a los barrocos vestidos, casacas y pelucas de los Borbones; trajes de sedas y colores claros, algunos con pronunciados escotes que dieron materia para que desde el púlpito se trataran de reprimir esas tendencias, así como los afeites en las damas. La moral consensuada tuvo su influencia en las acciones políticas, puesto que esos cambios de la moda, de las normas de convivencia en la sociedad, dieron paso a una conducta de rebeldía apoyada por los precursores del pensamiento emancipador como una necesaria negación a lo impuesto.
Todo aquello que había influido y dado forma a la colonia, debía ser erradicado, para dar paso a una cultura republicana, patriótica; donde la identidad con el territorio y su gente, justificara la construcción de un Estado independiente y soberano.
¿En qué evolucionó ese pensamiento emancipador? La conciencia moral permitió a la sociedad colonial del siglo XIX latinoamericana, a evolucionar hacia una sociedad independiente, racional e inscrita en dos modelos de sociedad que a pesar de la independencia seguían siendo sus referentes más importantes: el modelo federalista norteamericano y el modelo presidencialista francés. España, a pesar de ser la madre patria, era una sociedad invadida de incertidumbres y luchas internas que opacaban cualquier bondad de su sistema político que pudiera albergar la matriz de las nuevas instituciones republicanas; sin embargo, hay estructuras de la colonia que han prevalecido casi intactas en la evolución social y política de Hispanoamérica, aunque son menores en contraste con el corte federal que ha sido de inmensa influencia en las Constituciones latinoamericanas, así como la moderna concepción de la hacienda pública bajo la influencia del sistema burocrático francés.
La moral pública que nombraban nuestros precursores, especialmente el Libertador Simón Bolívar, hace relación a una Sociedad, un Estado, una Cultura, una Civilización, que garantice permanente atención a la autorregulación y control de lo que acontezca en la sociedad, de este modo se fortalece principios morales y éticos, en vínculo continuo de solidaridad, compromiso, y lucha, a través del reconocimiento al otro y el ideal de patria que lejos de ser un radical nacionalismo, es una identidad de los hombres con su conciencia moral republicana.
Referencias
ANTÚNEZ, Ritcher (2005). El pensamiento emancipador latinoamericano. En línea:www.aporrea.org /actualidad/a14772.html
AZÓCAR A., Ramón E. (1998). La revelación de Oanes. Ensayos acerca del Federalismo Libertario. Caracas, Ediciones de la Gobernación del estado Portuguesa y de la Fundación Cultural UNELLEZ.
AZÓCAR A., Ramón E. (2007). Pensamiento complejo. Caracas, Ediciones de El Perro y La Rana, colección heterodoxia.
AYLLÓN, José (1998). Luces en la caverna. Historia y fundamentos de la ética. Barcelona-España, Ediciones Martínez Roca.
BLUHM, William (1987). ¿Fuerza o Libertad? La paradoja del pensamiento político moderno. Traducción de Juan San Miguel Querejeta.Barcelona-España, Editorial Labor.
DAMIANI, Luis y Omaira Bolívar, compiladores (2007). Pensamiento Pedagógico Emancipador Latinoamericano. Por una universidad Popular y Socialista de la Revolución Venezolana. Caracas, Ediciones de la Universidad Bolivariana de Venezuela.
GUÉDEZ, Víctor (2002). La ética gerencial. Instrumentos estratégicos que facilitan decisiones correctas. Caracas, Ediciones Planeta-FONCIED.
KOSIK, Karel (1973). Dialéctica de lo concreto. Estudio sobre los problemas del hombre y el mundo. Traducción de Adolfo Sánchez Vázquez; México, Editorial Grijalbo, 2da. Edición.
OSPINA, William (2007). Las auroras de sangre. Juan de Castellanos y el descubrimiento poético de América, Bogotá, Colombia, Editorial Norma, 2da. Edición.
MANN, Charles C. (2008). 1491. Una nueva historia de las Américas antes de Colón. Traducción Miguel Martínez-Lage y Federico Corriente, Editorial Taurus, 2da. Reimpresión.
ACERCA DEL AUTOR:
Ramón Eduardo Azócar Añez (Guanare, 1968), es ensayista e investigador en el área de políticas públicas y filosofía de las ciencias; egresado en 1993 como politólogo de la Universidad de Los Andes, Mérida, ejerce su profesión en instituciones de educación superior y en diversas instancias de la Administración Pública; obtiene el grado de Magíster en Gerencia y Planificación Institucional, en la UNELLEZ en el 2003; y entre el 2003 y 2007, hace cursos doctorales (Estudios del Desarrollo y Ciencias de la Educación) en la Universidad Central de Venezuela y la Universidad Nacional Experimental Simón Rodríguez, siendo aprobados, en ambos doctorados, sus proyectos de tesis, estando sólo a la espera de las defensas públicas respectivas. Es docente de Ética Profesional, Investigación Social y Administración Pública, del programa Ciencias Sociales de la UNELLEZ-Guanare; y ha publicado una serie de textos de carácter académico entre los que destacan: “El nuevo Paradigma educativo” en el año 2000, y “Pensamiento Complejo” en el 2007. (Correo electrónico: azocarramon1968@gmail.com)
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